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Descripción

El buen gobernante debe ser honesto y resguardar el tesoro público. Ni siquiera la obligación de ayudar a alguien de tu sangre a cubrir una deuda debe quebrantar este principio moral. Robar o asaltar a alguien para despojarlo de sus pertenencias no se diferencia mucho del acto de tomar del dinero de todo un pueblo, por el simple hecho de tener el poder para hacerlo.

Transcripción

En una ocasión, durante el califato de Amir Al Mu’minin, ‘Alí (la paz sea con él), su hermano Aquil fue a visitarlo a la ciudad de Kufa (donde en ese momento se hallaba la capital del imperio islámico). Al verlo, ‘Alí le indicó a su hijo mayor Hasan que le regalara ropa a su tío. El Imam Hasan le regaló una camisa y una capa de su propiedad. 

Llegó la noche y hacía calor. ‘Ali y Aquil conversaban, sentados en la terraza del palacio de gobierno. Cuando llegó el momento de la cena, Aquil, quien se consideraba un invitado del califa, naturalmente esperaba a que sirvieran una mesa colmada de manjares. Pero fue todo lo contrario, dado que les trajeron una comida simple y sencilla. Aquil, con mucho asombro, preguntó: “¿Acaso esto es toda la comida?” ‘Alí le contestó: “¿Acaso esto no es parte de las Mercedes abundantes de Dios? Entonces yo agradezco y alabo mucho a Dios por estas abundancias.” Aquil le dijo: “Entonces permíteme plantearte mi necesidad más pronto, así me puedo ir. Tengo una deuda y no puedo saldarla. Por favor, otórgame lo necesario para saldar mi deuda lo más pronto posible, así puedo volver a mi casa y no molestarte más.” ‘Alí le preguntó: “¿De cuánto es tu deuda?” Aquil le dijo: “De cien mil dirhams.” ‘Ali exclamó: “¡Cien mil dírhams es demasiado! Querido hermano, lamentablemente no tengo tanto dinero para saldar tu deuda. Pero espera hasta el momento en que cobremos los salarios y te voy a dar de mi sueldo, repartiéndolo en partes iguales contigo. Si mi familia no tuviera gastos, yo te daría toda mi ganancia y no dejaría nada para mí mismo”. Aquil contestó: “¡Cómo! ¡¿Debo esperar a que llegue el momento de cobrar los sueldos?! El Tesoro Público y las riquezas del país están en tu poder, ¿¡y me dices que espere hasta el momento de cobrar los sueldos, y vas a darme una parte de tu salario!? Tú puedes tomar lo que quieras del Tesoro. ¿Por qué me haces esperar hasta el momento de cobrar los sueldos? Y, además, ¿cuánto es tu salario? Si me lo dieras todo, ¿de qué me serviría? ¿Cómo puedo resolver mi problema con esto?” ‘Ali le dijo: “Me asombra tu proposición. Si el Tesoro del gobierno tiene dinero o no, ¿qué tenemos que ver tú o yo con eso? Cada uno de nosotros, tú y yo, somos como todos los musulmanes al respecto del Tesoro Público. Es cierto que tú eres mi hermano y yo estoy obligado a ayudarte en lo que pueda, dentro de la posibilidad de mi riqueza, pero no del Tesoro de los musulmanes”.

En el lugar donde ambos estaban sentados, había una saliente que daba hacia el mercado de Kufa y desde allí se veían las cajas donde los comerciantes guardaban sus mercaderías. Como Aquil insistía en que necesitaba mucho el dinero, ‘Alí (la paz sea con él) le dijo: “Si no aceptas lo que te propongo, entonces puedes hacer algo que te puede ayudar a saldar tu deuda completamente e incluso obtener algo de más.” Aquil dijo: “¿Qué debo hacer?” ‘Alí le señaló las cajas del mercado y le dijo: “Aguarda hasta que no quede nadie en el lugar. Entonces bajas desde aquí, rompes algunas cajas y tomas lo que encuentres.” Aquil preguntó: “¿A quién pertenecen esas cajas?” ‘Alí contestó: “Son de los mercaderes. Ellos las utilizan para guardar sus dineros”. Aquil dijo: “¿Me sugieres que rompa las cajas y me lleve el dinero de la gente simple, que lo ha ganado con mucho trabajo y esfuerzo?” ‘Alí contestó: “¿Y tú me propones que abra la caja de los musulmanes para ti? ¿A quién pertenece esta riqueza? ¿Acaso no le pertenece también a la gente que ahora está descansado en sus casas tranquilamente? Pero si esto no te gusta, tengo otra propuesta para ti. Toma tu espada y yo tomaré la mía. Iremos al antiguo barrio de Hireh, cerca de la ciudad de Kufa, donde viven los grandes comerciantes y la gente muy rica. Entonces los atacamos en medio de la noche y así podemos obtener mucho dinero.” Aquil exclamó: “¡¿Acaso he venido a robar, para que me hables así?! Lo único que te he pedido es que me des del Tesoro Público que está bajo tu poder, lo necesario para saldar mi deuda, nada más.” ‘Alí le dijo: “Robar la riqueza de una persona es mejor que robar lo que pertenece a todos los musulmanes, lo cual implica robarle a ciento de miles de personas. Porque si sacarle la riqueza a una persona con espada es robar, ¿acaso tomar del Tesoro Público no lo es? Tú piensas que robar es exclusivamente atacar a una persona y tomar por la fuerza lo que tiene. Sin embargo, la forma más común de robar es lo que tú ahora me propones…

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El buen gobernante debe ser honesto y resguardar el tesoro público. Ni siquiera la obligación de ayudar a alguien de tu sangre a cubrir una deuda debe quebrantar este principio moral. Robar o asaltar a alguien para despojarlo de sus pertenencias no se diferencia mucho del acto de tomar del dinero de todo un pueblo, por el simple hecho de tener el poder para hacerlo.

En una ocasión, durante el califato de Amir Al Mu’minin, ‘Alí (la paz sea con él), su hermano Aquil fue a visitarlo a la ciudad de Kufa (donde en ese momento se hallaba la capital del imperio islámico). Al verlo, ‘Alí le indicó a su hijo mayor Hasan que le regalara ropa a su tío. El Imam Hasan le regaló una camisa y una capa de su propiedad. 

Llegó la noche y hacía calor. ‘Ali y Aquil conversaban, sentados en la terraza del palacio de gobierno. Cuando llegó el momento de la cena, Aquil, quien se consideraba un invitado del califa, naturalmente esperaba a que sirvieran una mesa colmada de manjares. Pero fue todo lo contrario, dado que les trajeron una comida simple y sencilla. Aquil, con mucho asombro, preguntó: “¿Acaso esto es toda la comida?” ‘Alí le contestó: “¿Acaso esto no es parte de las Mercedes abundantes de Dios? Entonces yo agradezco y alabo mucho a Dios por estas abundancias.” Aquil le dijo: “Entonces permíteme plantearte mi necesidad más pronto, así me puedo ir. Tengo una deuda y no puedo saldarla. Por favor, otórgame lo necesario para saldar mi deuda lo más pronto posible, así puedo volver a mi casa y no molestarte más.” ‘Alí le preguntó: “¿De cuánto es tu deuda?” Aquil le dijo: “De cien mil dirhams.” ‘Ali exclamó: “¡Cien mil dírhams es demasiado! Querido hermano, lamentablemente no tengo tanto dinero para saldar tu deuda. Pero espera hasta el momento en que cobremos los salarios y te voy a dar de mi sueldo, repartiéndolo en partes iguales contigo. Si mi familia no tuviera gastos, yo te daría toda mi ganancia y no dejaría nada para mí mismo”. Aquil contestó: “¡Cómo! ¡¿Debo esperar a que llegue el momento de cobrar los sueldos?! El Tesoro Público y las riquezas del país están en tu poder, ¿¡y me dices que espere hasta el momento de cobrar los sueldos, y vas a darme una parte de tu salario!? Tú puedes tomar lo que quieras del Tesoro. ¿Por qué me haces esperar hasta el momento de cobrar los sueldos? Y, además, ¿cuánto es tu salario? Si me lo dieras todo, ¿de qué me serviría? ¿Cómo puedo resolver mi problema con esto?” ‘Ali le dijo: “Me asombra tu proposición. Si el Tesoro del gobierno tiene dinero o no, ¿qué tenemos que ver tú o yo con eso? Cada uno de nosotros, tú y yo, somos como todos los musulmanes al respecto del Tesoro Público. Es cierto que tú eres mi hermano y yo estoy obligado a ayudarte en lo que pueda, dentro de la posibilidad de mi riqueza, pero no del Tesoro de los musulmanes”.

En el lugar donde ambos estaban sentados, había una saliente que daba hacia el mercado de Kufa y desde allí se veían las cajas donde los comerciantes guardaban sus mercaderías. Como Aquil insistía en que necesitaba mucho el dinero, ‘Alí (la paz sea con él) le dijo: “Si no aceptas lo que te propongo, entonces puedes hacer algo que te puede ayudar a saldar tu deuda completamente e incluso obtener algo de más.” Aquil dijo: “¿Qué debo hacer?” ‘Alí le señaló las cajas del mercado y le dijo: “Aguarda hasta que no quede nadie en el lugar. Entonces bajas desde aquí, rompes algunas cajas y tomas lo que encuentres.” Aquil preguntó: “¿A quién pertenecen esas cajas?” ‘Alí contestó: “Son de los mercaderes. Ellos las utilizan para guardar sus dineros”. Aquil dijo: “¿Me sugieres que rompa las cajas y me lleve el dinero de la gente simple, que lo ha ganado con mucho trabajo y esfuerzo?” ‘Alí contestó: “¿Y tú me propones que abra la caja de los musulmanes para ti? ¿A quién pertenece esta riqueza? ¿Acaso no le pertenece también a la gente que ahora está descansado en sus casas tranquilamente? Pero si esto no te gusta, tengo otra propuesta para ti. Toma tu espada y yo tomaré la mía. Iremos al antiguo barrio de Hireh, cerca de la ciudad de Kufa, donde viven los grandes comerciantes y la gente muy rica. Entonces los atacamos en medio de la noche y así podemos obtener mucho dinero.” Aquil exclamó: “¡¿Acaso he venido a robar, para que me hables así?! Lo único que te he pedido es que me des del Tesoro Público que está bajo tu poder, lo necesario para saldar mi deuda, nada más.” ‘Alí le dijo: “Robar la riqueza de una persona es mejor que robar lo que pertenece a todos los musulmanes, lo cual implica robarle a ciento de miles de personas. Porque si sacarle la riqueza a una persona con espada es robar, ¿acaso tomar del Tesoro Público no lo es? Tú piensas que robar es exclusivamente atacar a una persona y tomar por la fuerza lo que tiene. Sin embargo, la forma más común de robar es lo que tú ahora me propones…