En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso.
Hola, hoy queremos compartir contigo este nuevo episodio que hemos titulado: Sé médico de ti mismo.
El corazón es el lugar que adopta y deposita las bendiciones de Dios. Por ello lo debemos mantener siempre puro y limpio. Es al mismo tiempo alma e intelecto porque percibe, valora, discierne, razona, decide, ama y se estremece con la perfección resplandeciente del Creador. Para lograr y sostener este estado de bienestar y razonamiento pleno debemos impedir que nuestro intelecto enferme o merme su capacidad de estudiar y estar atentos a los signos de Dios. Es nuestro deber acudir a la guía de las ciencias de la ética y las virtudes y a las revelaciones del Corán que son la expresión de la Palabra de Dios, comunicadas al Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones sean con él y con su familia), a quien se le encargó la misión de anunciarlas entre las personas de su tiempo.
Esta propagación de la sabiduría divina recitada por el Profeta a los incrédulos sucedió durante un período que se conoce como La edad de la ignorancia, donde predominaba la maldad, la concupiscencia, el paganismo y el politeísmo. De modo que no fue fácil la tarea de hacer comprender a las personas de esa época el significado de la Revelación y de convocarlos a abrazar esas creencias. Pero ese conocimiento es liberador, emancipador, incluye regulaciones sociales, leyes civiles, deberes y derechos individuales y colectivos que guardan relación con todos los ámbitos de la vida y, por supuesto, un programa para llevar una existencia recta que nos conduzca a Dios. Estas características han permitido que ese conocimiento divino se haya propagado por todo el planeta; además, sus preceptos basados en la justicia son aplicables y adaptables a todas las sociedades y culturas a través de los siglos.
Junto a esta revelación divina, el Profeta y su familia (la paz y las bendiciones sean con ellos) fueron escogidos por Dios como depositarios y modelos ejemplares de los secretos y conocimientos, de la certeza y la fe, de la sabiduría y las más elevadas virtudes. En consecuencia, es un deber para con uno mismo y la sociedad, pero sobre todo con Dios, imitar esos ideales e investigar acerca de todos estos secretos, con el fin de alcanzar la perfección humana, contribuir con el bien común y acercarnos cada vez más a la luz del Creador.
Quienes padecen de la enfermedad del intelecto o de ceguera racional sus pensamientos pierden todo sentido lógico y sus corazones se empañan con la soberbia y la vanidad. El Profeta (la paz y las bendiciones sean con él y con su familia) dijo: “De entre el conocimiento hay un carácter oculto, que no conocen sino los arraigados (en la ciencia), quienes cuando lo exhiben no lo niegan sino aquellos que se ensoberbecen ante Dios”.
Por otro lado, los ignorantes solo desean mantener y aprovechar lo que la vida mundanal les ofrece, se aferran a lo material sometiéndose a los avatares y consecuencias nefastas de las pasiones y la ira. No procuran el encuentro con Dios. Son almas convalecientes y enfermas. Son ciegos y sordos ante la sabiduría que los puede liberar. Esa falta de vinculación con el Espíritu Divino incrementa aún más la discapacidad de sus corazones e intelectos. Semejante descuido con el alma imposibilita que el conocimiento divino, los saberes liberadores del espíritu iluminen sus vidas. Quienes desconocen la existencia de Dios y Sus señales, entre las cuales está todo lo relativo a la resurrección, sufren de la cruenta enfermedad de la ignorancia. Una enfermedad de la que solo podemos curarnos nosotros mismos teniendo a la mano todas las fuentes de sabiduría que Dios nos ha regalado. Al respecto, el Imam Al-Sadiq (la paz sea con él) dijo: “Tu eres tu propio médico. Conoces tu enfermedad como así también su curación. Ahora tendrá que verse hasta donde estás preparado a elevarte, llegado el caso, y cuidar de ti mismo.”
Hemos llegado al final de este episodio. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!