Quien guía no requiere equipaje
Un hombre llamado Shaqiq relata:
“En el aterecer de un día, arribe con una caravana a la ciudad de Qadisiyya. La caravana se detuvo en un caravasar muy grande y antiguo. Los viajeros, cansados, descendieron de sus monturas y bajaron sus equipajes. Yo también me desmonté y mi poco equipaje lo coloqué en una esquina. El caravasar estaba lleno de peregrinos.
Unos se quedaron dormidos, recostados sobre sus equipajes; otros, estaban parados alrededor del pozo y lavaban su cabeza y cara; otros hacían la oración; algunos otros estaban entretenidos hablando y otros atendían a sus cuadrúpedos.
Me acerqué al pozo, saqué un balde con agua, lavé mi cabeza y cara, bebí un poco de agua y me dirigí hacia mis amigos.
En ese momento me llamó la atención un joven delgado, bello y trigueño. Se escuchaba un gran murmullo. Cada peregrino llevaba equipaje consigo, pero él estaba sentado ahí, solo y vestido con ropas de lana.
“¡Oh, Dios! ¿Quién es él? Si anda de viaje, entonces ¿por qué no lleva equipaje?”
Estas preguntas no me dejaban en paz. Me dije:
“Sin duda es un sufí. Ellos viajan ligeros y viven mendigando. Estaría bien que me acercase a él, le reprochase y censurase su conducta”.
Cuando me le acerqué, me miró a la cara y dijo:
﴿يَا أَيُّهَا الَّذِينَ آَمَنُوا اجْتَنِبُوا كَثِيرًا مِنَ الظَّنِّ إِنَّ بَعْضَ الظَّنِّ إِثْمٌ وَلَا تَجَسَّسُوا وَلَا يَغْتَبْ بَعْضُكُمْ بَعْضًا أَيُحِبُّ أَحَدُكُمْ أَنْ يَأْكُلَ لَحْمَ أَخِيهِ مَيْتًا فَكَرِهْتُمُوهُ وَاتَّقُوا اللَّهَ إِنَّ اللَّهَ تَوَّابٌ رَحِيمٌ﴾
“¡Oh, creyentes! ¡Absteneos mucho de las dudas (de malos pensamientos y sospechas unos de otros)! En verdad, algunas dudas son pecado. Y no os espiéis ni os difaméis unos a otros. ¿Acaso alguno de vosotros quiere comer la carne de su hermano muerto?¡Lo aborreceríais (debéis saber que la difamación de un creyente en realidad es esto)! Y sed temerosos de Dios. En verdad, Dios acepta el arrepentimiento, es misericordiosísimo con los creyentes”. Sagrado Corán, Capítulo [49], Las habitaciones privadas, versículo 12
¡Oh, Shaqiq! Evita las malas sospechas, en verdad que algunas son pecado”.
Quedé sorprendido y pensativo al escuchar estas palabras, entonces me dije:
“¡Oh, Dios! Éste es uno de tus buenos siervos”.
Sin haberme visto antes, sabía mi nombre y estaba enterado de lo que tenía en mente. Debo pedirle una disculpa.
Levanté la cabeza para decir algo, pero ya se había alejado…
El joven vestido de lana había atraído fuertemente mi atención. Sentía que debía encontrarlo y disculparme por mi idea equivocada. Volví a ver a ese honorable hombre en el caravasar de “Waqsah”. Estaba orando, brotaban lágrimas de sus ojos y su delgado cuerpo temblaba. Pensé:
“Este es ese mismo joven, debo apresurarme hacia él y pedirle perdón”.
Esperé un poco. Cuando terminó de orar, me acerqué a él. En cuanto me vio dijo:
﴿ وَإِنِّي لَغَفَّارٌ لِمَنْ تَابَ وَآمَنَ وَعَمِلَ صَالِحًا ثُمَّ اهْتَدَىٰ﴾
“Y, en verdad, Yo soy muy perdonador con quien se arrepiente y tiene fe (en Dios) y actúa rectamente y, por tanto, sigue la buena guía”. Sagrado Corán, Capítulo [20], Ta Ha, versículo 82
“¡Oh, Shaqiq! Dios Todopoderoso dice en el Corán: En verdad soy muy perdonador con aquél que se arrepiente, tenga fe, actúe rectamente y camine por el sendero de la guía”.
Entonces se alejó de mí. Me dije:
“Sin duda, este joven ante Dios ocupa un elevado grado. Dos veces me ha informado de lo que pasa dentro de mí”.
El destino hizo que nos encontráramos en otro caravasar. Él estaba parado junto al pozo con un recipiente y quería sacar agua. De repente, el recipiente se le resbaló de las manos y cayó dentro del pozo. Levantó su cabeza y mirando hacia el cielo dijo:
“¡Señor, cuando tengo sed, apagas mi sed y cada vez que quiero comida, me sacias!, ¡mi Señor, no tengo otro recipiente más que éste, no me lo quites!”
¡Juro por el Creador! En ese momento, el agua del pozo subió tanto que se podía ver a simple vista. El joven extendió su mano, tomó su cuenco, lo llenó de agua, realizó la ablución y rezó cuatro ciclos de oración.
Cuando vi esto, me acerqué y lo saludé. Contestó a mi saludo, entonces dije:
“Hágame un favor y agrácieme con lo que Dios le ha dado."
El joven dijo:
“La bendición de Dios está visible y oculta constantemente, cayendo sobre nosotros. Piensa bien sobre tu Señor”.
Luego me dio el plato que tenía entre sus manos, el cual contenía la comida más deliciosa que jamás había yo probado.
No volví a ver a este generoso hasta que, en La Meca, a medianoche y junto a la casa de Dios, la Ka’aba, tuve la gracia de volver a encontrarlo. El joven era precioso. Lloraba constantemente y oraba humildemente. Cuando llegó la mañana, suplicó, realizó la oración, luego circunvaló siete veces alrededor de la Ka’aba y salió de la Mezquita Sagrada. Lo seguí hasta fuera de la mezquita. La gente lo rodeaba, todos lo saludaban. Le pregunté a uno de los presentes:
“¿Quién es ese joven?”
Me contestó:
“El Imam Musa ebne Ya’far (la paz sea con él), el séptimo Imam de los shi’itas”.