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Descripción

Relatan que durante el califato de ‘Umar (Omar), un grupo de sabios judíos se presentó ante él y le preguntaron: “¿Dinos que significan los candados del cielo? ¿Quién fue aquél que asustó a su tribu, pero no era ni genio ni humano? Y preguntaron: ¿Cuáles son esos cinco animales que caminaron sobre la tierra y no fueron creados en la matriz? ¿Qué gritan los gallos francolinos (sin cola), el caballo, el asno, el sapo y la alondra?
‘Umar no pudo responder a ninguna de sus preguntas y bajó la cabeza. Luego, dirigiéndose a ‘Ali, el Príncipe de los Creyentes (la paz sea con él), dijo: “¡Oh, padre de Hasan! imagino que no hay otro fuera de ti que pueda responder a estas preguntas”. El honorable ‘Ali (la paz sea con él) se volteó hacia los sabios judíos y les dijo: “Yo les contesto estos asuntos con la condición de que, si respondo a todas sus preguntas, aceptarán el islam”. Dijeron: “Aceptamos”. De modo que el imam ‘Ali se dispuso a responder a todas las preguntas ...

Transcripción

LOS HOMBRES DE LA CAVERNA 
LA HISTORIA DE AS.HAB KAHF 

Relatan que durante el califato de ‘Umar (Omar), un grupo de sabios judíos se presentó ante él y le preguntaron: “¿Dinos que significan los candados del cielo? ¿Quién fue aquél que asustó a su tribu, pero no era ni genio ni humano? Y preguntaron: ¿Cuáles son esos cinco animales que caminaron sobre la tierra y no fueron creados en la matriz? ¿Qué gritan los gallos francolinos (sin cola), el caballo, el asno, el sapo y la alondra? 
‘Umar no pudo responder a ninguna de sus preguntas y bajó la cabeza. Luego, dirigiéndose a ‘Ali, el Príncipe de los Creyentes (la paz sea con él), dijo: “¡Oh, padre de Hasan! imagino que no hay otro fuera de ti que pueda responder a estas preguntas”. El honorable ‘Ali (la paz sea con él) se volteó hacia los sabios judíos y les dijo: “Yo les contesto estos asuntos con la condición de que, si respondo a todas sus preguntas, aceptarán el islam”. Dijeron: “Aceptamos”. De modo que el imam ‘Ali se dispuso a responder a todas las preguntas.
Los sabios judíos eran tres, dos de ellos se levantaron y atestiguaron ser musulmanes, no obstante, el tercero de los sabios se levantó y dijo: “¡Oh, Ali! Esa luz del islam que entró en los corazones de mis compañeros entró también en el mío, pero quedó otro asunto pendiente que, cuando lo respondas, me convertiré en musulmán”. El imam propuso: “Pregunta”. Dijo el sabio judío: “Infórmame qué sucedió con aquellos que vivieron en los tiempos pasados, estuvieron muertos durante trescientos nueve años y luego Dios les devolvió la vida”. En ese momento, el honorable imam comenzó a recitar el capítulo Kahf del Sagrado Corán.
El sabio judío dijo: “Yo he escuchado mucho su Corán, si tú eres sabio, entonces infórmanos sobre lo que le sucedió a ese grupo. Cuáles fueron sus nombres, cuántos eran ellos, cómo se llamaba su perro y el nombre de la caverna donde estuvieron, así como el nombre de su monarca y el de su ciudad”.
El Príncipe de los Creyentes dijo: 
«لا حول و لا قوه الا بالله العلی العظیم »
“No hay poder ni fuerza sino en Dios Altísimo, el Majestuoso”.
Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él y su familia) me informó que en las tierras de Roma había una ciudad llamada Aqsus, la cual estaba gobernada por un hombre bienhechor y justo. Cuando este murió surgieron discrepancias entre sus sucesores. Decio, el rey persa, se enteró de esas diferencias y aprovechó la oportunidad para desplazarse hacia Aqsus con cien mil soldados. Entró en la ciudad y en poco tiempo la puso bajo su dominio y gobierno. 
Allí construyó un palacio de vidrio liso sobre un área de una parasanga (más de seis kilómetros), levantó mil columnas de oro y dispuso en los techos mil candiles de ese mismo metal sostenidos por cadenas de plata, los cuales eran encendidos con los aceites más perfumados. En la parte oriental del palacio había ochenta aberturas que irradiaban su corte desde que salía el sol hasta que se ocultaba. El trono que construyó también era de oro, sus patas de plata y estaba hermosamente adornado con diversas joyas. También dispuso magníficas alfombras por todo el salón. A la derecha del trono se encontraban ochenta sillones fabricados en oro y adornados con peridotos o gemas verdes, en los cuales los coroneles del ejército y los principales de su gobierno tomaban asiento. En la parte izquierda del trono había colocado también otros ochenta sillones forjados en plata y adornados con maravillosos rubíes. Allí se sentaban los reyes de Roma. Entonces Decio subió al trono y colocó la corona sobre su cabeza…
En ese momento el judío interrumpió al imam: “¡¿Di de qué estaba hecha su corona?!”
El honorable Príncipe de los Creyentes explicó: “Su corona había sido creada de oro en forma de red y tenía siete picos, sobre cada uno de estos había una perla blanca y todas brillaban como lámparas durante las noches oscuras.” 
… Decio había tomado a cincuenta mozos como sus asistentes, todos eran hijos de reyes. Estos jóvenes fueron vestidos con largas túnicas rojas, ropas interiores de seda, además colocaban coronas sobre sus cabezas, brazaletes en sus muñecas y tobillos, y una maza de oro en sus manos. Los mancebos así ataviados eran situados junto al rey. A seis de estos servidores los había nombrado sus ministros, tres de ellos estaban ubicados a su diestra y los otros tres a su siniestra...
El judío preguntó nuevamente: “¿Cómo se llamaban esos servidores?”
Dijo: “Los tres servidores que se colocaban a su derecha se llamaban Tamlija, Makslimina y Minshilina; y los que se colocaban a su izquierda eran Mirinus, Dirnaus y Shadherius. El monarca consultaba con ellos sobre todos los asuntos.”
El imam continuó relatando: … Este monarca se sentaba todos los días en el patio central de su palacio y sus emires tomaban lugar a su derecha y los sultanes a su izquierda. Uno de los sirvientes traía en sus manos una copa de oro llena de almizcle en polvo, otro portaba una copa de plata llena de agua de rosas y el tercero un ave blanca de pico rojo.
Apenas el rey divisaba el ave comenzaba a llamarla. El ave presurosa volaba hasta la copa de agua de rosas, allí revoloteaba y se bañaba, luego saltaba hasta la copa de almizcle y se revolcaba en el polvo hasta que sus plumas y alas quedaban completamente cubiertas. Decio volvía a llamarla y esta volaba hasta él, se sentaba sobre su corona y todo el polvo que se le había pegado en las plumas y alas lo esparcía sobre la cabeza del rey.
Cuando el rey se vio en este estado de opulencia, de poder y dominio excesivo, su rebeldía y orgullo se incrementaron hasta tal punto de que se consideraba a sí mismo un dios. Así que hizo traer a los jefes de su tribu para que se prosternaran ante él y dieran testimonio de su grandiosidad y señorío divino. Aquel que lo obedecía era premiado al instante con riquezas, títulos y posesiones; en cambio, eran condenados a muerte y ejecutados de inmediato aquellos que no manifestaran sumisión y veneración hacia él. De esta manera procedió hasta que finalmente todos lo obedecieron.
Ordenó que se celebrara una festividad cada año. En una ocasión, durante una de esas festividades, mientras se encontraba sentado en su trono, acompañado de los emires y sultanes, uno de estos sultanes le informó al monarca que unos ejércitos persas habían cercado la ciudad y pretendían hacer la guerra. Al escuchar esta noticia se entristeció y preocupó tanto que la corona cayó de su cabeza”.
Tamlija, que era uno de los mozos que le servía como ministro, lo vio en ese estado y se dijo a sí mismo: “En verdad que si este fuese un dios, tal y como se considera, entonces no entristecería, no temería, no orinaría ni expulsaría excremento, ni tampoco dormiría, estos no son atributos de Dios”. 
Estos seis jóvenes ministros acostumbraban a reunirse cada día en una casa diferente. Ese día le correspondía a Tamlija ser el anfitrión. De modo que mandó a que preparan la comida para los invitados. Cuando todos se sentaron a la mesa les dijo: “¡Oh, hermanos! He cavilado acerca de algo que me ha quitado el hambre, la sed y el sueño”.
Dijeron: “¡De qué se trata, Tamlija!”
Dijo: “He reflexionado mucho en ese Cielo y me pregunto: ¿Quién ha creado un techo tan alto y sin ninguna columna debajo de este o agarradera sobre este? Y ¿quién colocó dentro de él al Sol y a la Luna, dos fenómenos resplandecientes? Y ¿quién lo ha adornado con estrellas? Luego cavilé mucho sobre la tierra y me pregunté también: ¿Quién la ha colocado sobre el agua siempre llena de olas y la ha detenido por medio de las montañas para que no se mueva, no vuelque y ahogue a la gente? Igualmente he reflexionado mucho sobre mí mismo, acerca de quién me creó dentro del vientre de mi madre, me alimentó y educó. La respuesta a todas estas interrogantes es que existe un Creador Supremo y Absoluto que ha otorgado todo esto a Decio, quien solo era otro de los tantos reyes y tiranos de la Tierra y el Cielo”.
Los jóvenes se lanzaron a besar los pies de Tamlija y dijeron: “¡Por medio de ti Dios nos ha salvado de la perdición, dinos qué debemos hacer!”
Tamlija se levantó y vendió los dátiles de uno de sus jardines por tres mil dírhams. Esta suma la ocultó en su manga, subieron a sus monturas y salieron furtivamente de la ciudad. Cuando se habían alejado unos cinco kilómetros aproximadamente, Tamlija les dijo: “¡Oh, hermanos! Es tiempo de que probemos la pobreza y dificultades, de que nos preparemos para la Otra Vida y nos olvidemos del reinado en la Tierra, así que bajen de sus monturas y caminen. Puede ser que Dios los salve y sea generoso con ustedes por este sufrimiento por el cual se han visto afectados”.
Bajaron de sus monturas y caminaron siete pasarangas (aproximadamente cuarenta y seis kilómetros). Sus delicados pies estaban ensangrentados. De pronto, un ovejero se presentó ante ellos. Dijeron: “¿Ovejero, tendrías la caridad de darnos algo de beber, sea leche o agua?”
El ovejero contestó: “Tengo lo que piden, pero vuestros rostros son de reyes y supongo que han huido del monarca”.
Dijeron: “Para nosotros no está permitido mentir, ¿acaso decir la verdad nos salvará de tus manos?”
Luego de narrarle al ovejero todo lo sucedido y que este conociera su secreto se aventó a los pies de los jóvenes, los besó y dijo: “Lo mismo que se enclavó en sus corazones se ha enclavado en el mío, pero denme tiempo para regresar las ovejas a sus dueños y así poder unirme a ustedes”. Lo esperaron por un rato hasta que volvió apresurado, iba acompañado de su perro que lo siguió…
En este momento el sabio judío se levantó y dijo: “¡Oh, ‘Ali! ¿Cómo llamaban a ese perro y de qué color era?”
El honorable imam explicó: “Negro y blanco, lo llamaban Qatmir”.
Continuó el imam: … Cuando los jóvenes vieron el perro dijeron: “Tememos que este perro nos delate con sus ladridos”. Así que trataron de alejarlo arrojándole piedras, sin ningún éxito. Repentinamente, por la Gracia y el Poder de Dios, el perro comenzó a hablar y dijo: “Permítanme que los proteja de los enemigos”. 
El ovejero los condujo hasta lo alto de una montaña en donde estaba una cueva conocida entre la gente como Wasid. Cerca de esa caverna había un manantial y frondosos árboles, de modo que comieron y bebieron hasta quedar satisfechos. Como ya había anochecido decidieron refugiarse y dormir en esa caverna.
En ese momento, Dios Sublime ordenó al Ángel de la Muerte que les quitara el alma y asignó dos ángeles para cada uno de ellos, encargados de voltearlos de uno a otro costado (según una narración esto sería una vez al año y, según otra, dos veces al año). Asimismo les reveló a los ángeles vigilantes que tuviesen cuidado de que el sol no irradiara sobre ellos, desde el alba hasta su crepúsculo.
Cuando Decio regresó de sus festejos preguntó por estos jóvenes. Le informaron: “Han huido”. De inmediato montó sobre su caballo y armó un ejército de ochenta mil hombres para ir en su persecución. Luego de rastrearlos, finalmente llegó hasta la entrada de la cueva donde estaban guarecidos. Allí los encontró dormidos y con los pies lacerados y ensangrentados. Dijo: “Si quisiera castigarlos no podría ser más rudo de lo que ellos fueron consigo mismos”. De inmediato hizo que sus constructores sellaran la entrada con piedras y cal. Les dijo a sus compañeros: “Que pidan a su Dios, que se encuentra en el Cielo, para que los salve y saque de esta oscura caverna”. 
Ahí quedaron encerrados los jóvenes y el ovejero durante trescientos nueve años. Cuando Dios Todopoderoso quiso revivirlos ordenó al Ángel Rafael que les soplara la vida. Así se hizo y despertaron. Cuando amaneció dijeron: “Anoche olvidamos adorar a Dios”. Al salir de la cueva vieron que el manantial se había agotado y los árboles se habían secado. Uno de ellos dijo: “La situación es muy extraña, ¿cómo es que el caudaloso manantial y los árboles cargados de frutas se secaron en una noche?” Sintieron hambre y decidieron que uno de ellos debía ir a la ciudad para traer buenos alimentos, pero debía actuar de tal modo que la gente no lo reconociera ni sospechase nada.
Tamlija dijo: “Yo voy”, así que vistió las ropas viejas del ovejero y se dirigió hacia la ciudad. Visitó varios lugares y halló un sitio nuevo, una ciudad que nunca había visto. Cuando llegó a las puertas de esa ciudad encontró colocada allí una bandera verde en la cual estaba inscrito: “La illaha ilallah wa Isa Rasulillah” (No hay otra divinidad sino Dios y Jesús es Su Enviado)”. Se quedó atónito viendo aquella bandera y se frotaba fuertemente los ojos: “Es como si estuviese soñando esta situación”, dijo.
Entró en la ciudad sin llamar mucho la atención y se dirigió hacia el bazar. Se acercó a un panadero y le preguntó: “¿Cuál es el nombre de esta ciudad?”
–“Aqsus” le respondió.
Preguntó: “¿Cuál es el nombre de su monarca?”
Contestó: “’Abdul Rahman (siervo de Dios)”.
Sacó una moneda de oro, la dio al panadero y dijo: “Dame pan”. El panadero se asombró al sentir el peso de la moneda, ver su tamaño y antigüedad…
Cuando llegó a esta etapa el judío nuevamente se levantó y dijo: “¡Oh, ‘Ali! Explica ¿cuál era el peso de cada dirham?
El honorable Príncipe de los Creyentes dijo: “Era de diez dírhams y dos terceras partes de un dírham”.
El imam prosiguió: … El panadero preguntó: “¿Acaso habéis encontrado un tesoro?” 
Tamlija contestó: “No, es solo la paga de unos dátiles que tres días atrás vendí en esta ciudad; luego la abandoné mientras la gente adoraba a Decio”. 
En ese momento el panadero tomó la mano de Tamlija y lo condujo ante el monarca. Este preguntó: “¿Para qué trajiste a este joven?”
El panadero dijo: “Este hombre encontró un tesoro”.
El rey dijo: “No temas, nuestro profeta Jesús (la paz sea con él) ordenó que incluso de un tesoro podemos tomar hasta una quinta parte de este. Así que toma lo que te corresponde y vete”
Tamlija dijo: “¡Oh, rey! Pon atención a mis palabras, no encontré un tesoro, yo fui un habitante de esta ciudad”. 
El rey dijo: “¿Tú perteneces a esta ciudad?”
Respondió: “Sí”.
Preguntó: “¿Conoces a alguien aquí?”
Dijo: “Sí”.
Preguntó: “¿Cómo te llamas?”
Contestó: “Me llamo Tamlija”.
El rey dijo: “Este nombre no es de nuestra época, ¿tienes casa en esta ciudad?”
Contestó: “Sí rey, monte en su cabalgadura y vayamos juntos para mostrársela”.
El rey montó en su caballo y, acompañado de un gran séquito, llegó hasta la puerta de una casa que era una de las más altas de la ciudad. Entonces Tamlija dijo: “Esta es mi casa”. Tocaron a la puerta y un anciano les abrió, era tal su ancianidad que sus cejas caían sobre sus ojos. Les preguntó: “¿Para qué tocan la puerta de mi casa?”
El rey dijo: “Este joven ha llegado a nuestra ciudad y dice cosas muy extrañas y sin sentido, ¡pretende que esta es su casa!”
El anciano preguntó: “¿Quién eres tú?”
Le respondió: “Soy Tamlija hijo de Qastikin.
El anciano cayó sobre los pies de Tamlija, los beso y dijo: “¡Juro por el Dios de la Ka’aba que él es mi ancestro! ¡Oh, rey! ¡Ellos eran seis personas que huyeron de Decio hace varios siglos!”
El rey desmontó y colocó a Tamlija sobre sus hombros y la gente besaba sus manos y pies. Después dijo: “¡Oh Tamlija! ¿Qué sucedió con tus amigos?”
Contestó: “Están en la caverna”.
En esa época vivían dos reyes en la ciudad de Afsus, uno era católico y el otro judío. Ambos montaron sus caballos y se dirigieron a las cercanías de la cueva, el lugar donde se encontraban los jóvenes y el ovejero. Cuando llegaron cerca de esta Tamlija propuso lo siguiente: “Ustedes esperen aquí para que yo me adelante, temo que cuando ellos escuchen el trote de los caballos teman y piensen que Decio ha venido a buscarlos”.
En el momento que Tamlija entró en la caverna, sus amigos se pusieron de pie para recibirlo, lo abrazaron y dijeron: “¡Gracias a Dios que te ha salvado de las garras de Decio!”.
Tamlija dijo: “Olviden lo sucedido con Decio y díganme ¿cuánto tiempo creen que estuvimos dormidos aquí?”
Respondieron: “Un día o parte de un día”.
Tamlija dijo: “Trescientos nueve años hemos dormido. Decio ha muerto, han pasado siglos desde su muerte y Dios envió a un profeta llamado Jesús, reconocido como el Mesías. Es hijo de María. Dios lo ascendió al Cielo. Afuera esperan los reyes y la gente de la ciudad que han venido hasta aquí para verlos a ustedes”.
Dijeron: “¡Oh, Tamlija! ¿Quieres que Dios haga de nosotros una sedición para los del mundo?” 
Tamlija dijo: “¿Qué desean hacer?”
Dijeron: “Ven, roguemos para que Dios nos quite la vida”. Entonces levantaron sus manos suplicantes para que Dios los llevase hacia Él, y Dios hizo que partieran hacia la vida eterna.
Los dos reyes buscaron durante siete días una entrada alrededor de la caverna, pero sus esfuerzos fueron en vano. El rey cristiano dijo: “Ellos murieron como cristianos. Yo construiré un templo cerca de esta caverna”.
Por su parte, el rey judío dijo: “Ellos murieron siendo judíos, construiré una sinagoga a las afueras de esta gruta”. Los dos reyes pelearon entre sí por este asunto hasta que el rey cristiano salió triunfante. Así que mandó a construir una iglesia.»
Al finalizar la historia, el honorable Príncipe de los Creyentes dijo: “¡Oh judío! ¿Acaso en la Torá de ustedes está registrado algo diferente a lo que he relatado?”
El judío contestó: “No agregaste ni omitiste ni siquiera una palabra, y atestiguo de que Dios es Uno y su Mensajero es Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él y su familia). 

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Relatan que durante el califato de ‘Umar (Omar), un grupo de sabios judíos se presentó ante él y le preguntaron: “¿Dinos que significan los candados del cielo? ¿Quién fue aquél que asustó a su tribu, pero no era ni genio ni humano? Y preguntaron: ¿Cuáles son esos cinco animales que caminaron sobre la tierra y no fueron creados en la matriz? ¿Qué gritan los gallos francolinos (sin cola), el caballo, el asno, el sapo y la alondra?
‘Umar no pudo responder a ninguna de sus preguntas y bajó la cabeza. Luego, dirigiéndose a ‘Ali, el Príncipe de los Creyentes (la paz sea con él), dijo: “¡Oh, padre de Hasan! imagino que no hay otro fuera de ti que pueda responder a estas preguntas”. El honorable ‘Ali (la paz sea con él) se volteó hacia los sabios judíos y les dijo: “Yo les contesto estos asuntos con la condición de que, si respondo a todas sus preguntas, aceptarán el islam”. Dijeron: “Aceptamos”. De modo que el imam ‘Ali se dispuso a responder a todas las preguntas ...

LOS HOMBRES DE LA CAVERNA 
LA HISTORIA DE AS.HAB KAHF 

Relatan que durante el califato de ‘Umar (Omar), un grupo de sabios judíos se presentó ante él y le preguntaron: “¿Dinos que significan los candados del cielo? ¿Quién fue aquél que asustó a su tribu, pero no era ni genio ni humano? Y preguntaron: ¿Cuáles son esos cinco animales que caminaron sobre la tierra y no fueron creados en la matriz? ¿Qué gritan los gallos francolinos (sin cola), el caballo, el asno, el sapo y la alondra? 
‘Umar no pudo responder a ninguna de sus preguntas y bajó la cabeza. Luego, dirigiéndose a ‘Ali, el Príncipe de los Creyentes (la paz sea con él), dijo: “¡Oh, padre de Hasan! imagino que no hay otro fuera de ti que pueda responder a estas preguntas”. El honorable ‘Ali (la paz sea con él) se volteó hacia los sabios judíos y les dijo: “Yo les contesto estos asuntos con la condición de que, si respondo a todas sus preguntas, aceptarán el islam”. Dijeron: “Aceptamos”. De modo que el imam ‘Ali se dispuso a responder a todas las preguntas.
Los sabios judíos eran tres, dos de ellos se levantaron y atestiguaron ser musulmanes, no obstante, el tercero de los sabios se levantó y dijo: “¡Oh, Ali! Esa luz del islam que entró en los corazones de mis compañeros entró también en el mío, pero quedó otro asunto pendiente que, cuando lo respondas, me convertiré en musulmán”. El imam propuso: “Pregunta”. Dijo el sabio judío: “Infórmame qué sucedió con aquellos que vivieron en los tiempos pasados, estuvieron muertos durante trescientos nueve años y luego Dios les devolvió la vida”. En ese momento, el honorable imam comenzó a recitar el capítulo Kahf del Sagrado Corán.
El sabio judío dijo: “Yo he escuchado mucho su Corán, si tú eres sabio, entonces infórmanos sobre lo que le sucedió a ese grupo. Cuáles fueron sus nombres, cuántos eran ellos, cómo se llamaba su perro y el nombre de la caverna donde estuvieron, así como el nombre de su monarca y el de su ciudad”.
El Príncipe de los Creyentes dijo: 
«لا حول و لا قوه الا بالله العلی العظیم »
“No hay poder ni fuerza sino en Dios Altísimo, el Majestuoso”.
Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él y su familia) me informó que en las tierras de Roma había una ciudad llamada Aqsus, la cual estaba gobernada por un hombre bienhechor y justo. Cuando este murió surgieron discrepancias entre sus sucesores. Decio, el rey persa, se enteró de esas diferencias y aprovechó la oportunidad para desplazarse hacia Aqsus con cien mil soldados. Entró en la ciudad y en poco tiempo la puso bajo su dominio y gobierno. 
Allí construyó un palacio de vidrio liso sobre un área de una parasanga (más de seis kilómetros), levantó mil columnas de oro y dispuso en los techos mil candiles de ese mismo metal sostenidos por cadenas de plata, los cuales eran encendidos con los aceites más perfumados. En la parte oriental del palacio había ochenta aberturas que irradiaban su corte desde que salía el sol hasta que se ocultaba. El trono que construyó también era de oro, sus patas de plata y estaba hermosamente adornado con diversas joyas. También dispuso magníficas alfombras por todo el salón. A la derecha del trono se encontraban ochenta sillones fabricados en oro y adornados con peridotos o gemas verdes, en los cuales los coroneles del ejército y los principales de su gobierno tomaban asiento. En la parte izquierda del trono había colocado también otros ochenta sillones forjados en plata y adornados con maravillosos rubíes. Allí se sentaban los reyes de Roma. Entonces Decio subió al trono y colocó la corona sobre su cabeza…
En ese momento el judío interrumpió al imam: “¡¿Di de qué estaba hecha su corona?!”
El honorable Príncipe de los Creyentes explicó: “Su corona había sido creada de oro en forma de red y tenía siete picos, sobre cada uno de estos había una perla blanca y todas brillaban como lámparas durante las noches oscuras.” 
… Decio había tomado a cincuenta mozos como sus asistentes, todos eran hijos de reyes. Estos jóvenes fueron vestidos con largas túnicas rojas, ropas interiores de seda, además colocaban coronas sobre sus cabezas, brazaletes en sus muñecas y tobillos, y una maza de oro en sus manos. Los mancebos así ataviados eran situados junto al rey. A seis de estos servidores los había nombrado sus ministros, tres de ellos estaban ubicados a su diestra y los otros tres a su siniestra...
El judío preguntó nuevamente: “¿Cómo se llamaban esos servidores?”
Dijo: “Los tres servidores que se colocaban a su derecha se llamaban Tamlija, Makslimina y Minshilina; y los que se colocaban a su izquierda eran Mirinus, Dirnaus y Shadherius. El monarca consultaba con ellos sobre todos los asuntos.”
El imam continuó relatando: … Este monarca se sentaba todos los días en el patio central de su palacio y sus emires tomaban lugar a su derecha y los sultanes a su izquierda. Uno de los sirvientes traía en sus manos una copa de oro llena de almizcle en polvo, otro portaba una copa de plata llena de agua de rosas y el tercero un ave blanca de pico rojo.
Apenas el rey divisaba el ave comenzaba a llamarla. El ave presurosa volaba hasta la copa de agua de rosas, allí revoloteaba y se bañaba, luego saltaba hasta la copa de almizcle y se revolcaba en el polvo hasta que sus plumas y alas quedaban completamente cubiertas. Decio volvía a llamarla y esta volaba hasta él, se sentaba sobre su corona y todo el polvo que se le había pegado en las plumas y alas lo esparcía sobre la cabeza del rey.
Cuando el rey se vio en este estado de opulencia, de poder y dominio excesivo, su rebeldía y orgullo se incrementaron hasta tal punto de que se consideraba a sí mismo un dios. Así que hizo traer a los jefes de su tribu para que se prosternaran ante él y dieran testimonio de su grandiosidad y señorío divino. Aquel que lo obedecía era premiado al instante con riquezas, títulos y posesiones; en cambio, eran condenados a muerte y ejecutados de inmediato aquellos que no manifestaran sumisión y veneración hacia él. De esta manera procedió hasta que finalmente todos lo obedecieron.
Ordenó que se celebrara una festividad cada año. En una ocasión, durante una de esas festividades, mientras se encontraba sentado en su trono, acompañado de los emires y sultanes, uno de estos sultanes le informó al monarca que unos ejércitos persas habían cercado la ciudad y pretendían hacer la guerra. Al escuchar esta noticia se entristeció y preocupó tanto que la corona cayó de su cabeza”.
Tamlija, que era uno de los mozos que le servía como ministro, lo vio en ese estado y se dijo a sí mismo: “En verdad que si este fuese un dios, tal y como se considera, entonces no entristecería, no temería, no orinaría ni expulsaría excremento, ni tampoco dormiría, estos no son atributos de Dios”. 
Estos seis jóvenes ministros acostumbraban a reunirse cada día en una casa diferente. Ese día le correspondía a Tamlija ser el anfitrión. De modo que mandó a que preparan la comida para los invitados. Cuando todos se sentaron a la mesa les dijo: “¡Oh, hermanos! He cavilado acerca de algo que me ha quitado el hambre, la sed y el sueño”.
Dijeron: “¡De qué se trata, Tamlija!”
Dijo: “He reflexionado mucho en ese Cielo y me pregunto: ¿Quién ha creado un techo tan alto y sin ninguna columna debajo de este o agarradera sobre este? Y ¿quién colocó dentro de él al Sol y a la Luna, dos fenómenos resplandecientes? Y ¿quién lo ha adornado con estrellas? Luego cavilé mucho sobre la tierra y me pregunté también: ¿Quién la ha colocado sobre el agua siempre llena de olas y la ha detenido por medio de las montañas para que no se mueva, no vuelque y ahogue a la gente? Igualmente he reflexionado mucho sobre mí mismo, acerca de quién me creó dentro del vientre de mi madre, me alimentó y educó. La respuesta a todas estas interrogantes es que existe un Creador Supremo y Absoluto que ha otorgado todo esto a Decio, quien solo era otro de los tantos reyes y tiranos de la Tierra y el Cielo”.
Los jóvenes se lanzaron a besar los pies de Tamlija y dijeron: “¡Por medio de ti Dios nos ha salvado de la perdición, dinos qué debemos hacer!”
Tamlija se levantó y vendió los dátiles de uno de sus jardines por tres mil dírhams. Esta suma la ocultó en su manga, subieron a sus monturas y salieron furtivamente de la ciudad. Cuando se habían alejado unos cinco kilómetros aproximadamente, Tamlija les dijo: “¡Oh, hermanos! Es tiempo de que probemos la pobreza y dificultades, de que nos preparemos para la Otra Vida y nos olvidemos del reinado en la Tierra, así que bajen de sus monturas y caminen. Puede ser que Dios los salve y sea generoso con ustedes por este sufrimiento por el cual se han visto afectados”.
Bajaron de sus monturas y caminaron siete pasarangas (aproximadamente cuarenta y seis kilómetros). Sus delicados pies estaban ensangrentados. De pronto, un ovejero se presentó ante ellos. Dijeron: “¿Ovejero, tendrías la caridad de darnos algo de beber, sea leche o agua?”
El ovejero contestó: “Tengo lo que piden, pero vuestros rostros son de reyes y supongo que han huido del monarca”.
Dijeron: “Para nosotros no está permitido mentir, ¿acaso decir la verdad nos salvará de tus manos?”
Luego de narrarle al ovejero todo lo sucedido y que este conociera su secreto se aventó a los pies de los jóvenes, los besó y dijo: “Lo mismo que se enclavó en sus corazones se ha enclavado en el mío, pero denme tiempo para regresar las ovejas a sus dueños y así poder unirme a ustedes”. Lo esperaron por un rato hasta que volvió apresurado, iba acompañado de su perro que lo siguió…
En este momento el sabio judío se levantó y dijo: “¡Oh, ‘Ali! ¿Cómo llamaban a ese perro y de qué color era?”
El honorable imam explicó: “Negro y blanco, lo llamaban Qatmir”.
Continuó el imam: … Cuando los jóvenes vieron el perro dijeron: “Tememos que este perro nos delate con sus ladridos”. Así que trataron de alejarlo arrojándole piedras, sin ningún éxito. Repentinamente, por la Gracia y el Poder de Dios, el perro comenzó a hablar y dijo: “Permítanme que los proteja de los enemigos”. 
El ovejero los condujo hasta lo alto de una montaña en donde estaba una cueva conocida entre la gente como Wasid. Cerca de esa caverna había un manantial y frondosos árboles, de modo que comieron y bebieron hasta quedar satisfechos. Como ya había anochecido decidieron refugiarse y dormir en esa caverna.
En ese momento, Dios Sublime ordenó al Ángel de la Muerte que les quitara el alma y asignó dos ángeles para cada uno de ellos, encargados de voltearlos de uno a otro costado (según una narración esto sería una vez al año y, según otra, dos veces al año). Asimismo les reveló a los ángeles vigilantes que tuviesen cuidado de que el sol no irradiara sobre ellos, desde el alba hasta su crepúsculo.
Cuando Decio regresó de sus festejos preguntó por estos jóvenes. Le informaron: “Han huido”. De inmediato montó sobre su caballo y armó un ejército de ochenta mil hombres para ir en su persecución. Luego de rastrearlos, finalmente llegó hasta la entrada de la cueva donde estaban guarecidos. Allí los encontró dormidos y con los pies lacerados y ensangrentados. Dijo: “Si quisiera castigarlos no podría ser más rudo de lo que ellos fueron consigo mismos”. De inmediato hizo que sus constructores sellaran la entrada con piedras y cal. Les dijo a sus compañeros: “Que pidan a su Dios, que se encuentra en el Cielo, para que los salve y saque de esta oscura caverna”. 
Ahí quedaron encerrados los jóvenes y el ovejero durante trescientos nueve años. Cuando Dios Todopoderoso quiso revivirlos ordenó al Ángel Rafael que les soplara la vida. Así se hizo y despertaron. Cuando amaneció dijeron: “Anoche olvidamos adorar a Dios”. Al salir de la cueva vieron que el manantial se había agotado y los árboles se habían secado. Uno de ellos dijo: “La situación es muy extraña, ¿cómo es que el caudaloso manantial y los árboles cargados de frutas se secaron en una noche?” Sintieron hambre y decidieron que uno de ellos debía ir a la ciudad para traer buenos alimentos, pero debía actuar de tal modo que la gente no lo reconociera ni sospechase nada.
Tamlija dijo: “Yo voy”, así que vistió las ropas viejas del ovejero y se dirigió hacia la ciudad. Visitó varios lugares y halló un sitio nuevo, una ciudad que nunca había visto. Cuando llegó a las puertas de esa ciudad encontró colocada allí una bandera verde en la cual estaba inscrito: “La illaha ilallah wa Isa Rasulillah” (No hay otra divinidad sino Dios y Jesús es Su Enviado)”. Se quedó atónito viendo aquella bandera y se frotaba fuertemente los ojos: “Es como si estuviese soñando esta situación”, dijo.
Entró en la ciudad sin llamar mucho la atención y se dirigió hacia el bazar. Se acercó a un panadero y le preguntó: “¿Cuál es el nombre de esta ciudad?”
–“Aqsus” le respondió.
Preguntó: “¿Cuál es el nombre de su monarca?”
Contestó: “’Abdul Rahman (siervo de Dios)”.
Sacó una moneda de oro, la dio al panadero y dijo: “Dame pan”. El panadero se asombró al sentir el peso de la moneda, ver su tamaño y antigüedad…
Cuando llegó a esta etapa el judío nuevamente se levantó y dijo: “¡Oh, ‘Ali! Explica ¿cuál era el peso de cada dirham?
El honorable Príncipe de los Creyentes dijo: “Era de diez dírhams y dos terceras partes de un dírham”.
El imam prosiguió: … El panadero preguntó: “¿Acaso habéis encontrado un tesoro?” 
Tamlija contestó: “No, es solo la paga de unos dátiles que tres días atrás vendí en esta ciudad; luego la abandoné mientras la gente adoraba a Decio”. 
En ese momento el panadero tomó la mano de Tamlija y lo condujo ante el monarca. Este preguntó: “¿Para qué trajiste a este joven?”
El panadero dijo: “Este hombre encontró un tesoro”.
El rey dijo: “No temas, nuestro profeta Jesús (la paz sea con él) ordenó que incluso de un tesoro podemos tomar hasta una quinta parte de este. Así que toma lo que te corresponde y vete”
Tamlija dijo: “¡Oh, rey! Pon atención a mis palabras, no encontré un tesoro, yo fui un habitante de esta ciudad”. 
El rey dijo: “¿Tú perteneces a esta ciudad?”
Respondió: “Sí”.
Preguntó: “¿Conoces a alguien aquí?”
Dijo: “Sí”.
Preguntó: “¿Cómo te llamas?”
Contestó: “Me llamo Tamlija”.
El rey dijo: “Este nombre no es de nuestra época, ¿tienes casa en esta ciudad?”
Contestó: “Sí rey, monte en su cabalgadura y vayamos juntos para mostrársela”.
El rey montó en su caballo y, acompañado de un gran séquito, llegó hasta la puerta de una casa que era una de las más altas de la ciudad. Entonces Tamlija dijo: “Esta es mi casa”. Tocaron a la puerta y un anciano les abrió, era tal su ancianidad que sus cejas caían sobre sus ojos. Les preguntó: “¿Para qué tocan la puerta de mi casa?”
El rey dijo: “Este joven ha llegado a nuestra ciudad y dice cosas muy extrañas y sin sentido, ¡pretende que esta es su casa!”
El anciano preguntó: “¿Quién eres tú?”
Le respondió: “Soy Tamlija hijo de Qastikin.
El anciano cayó sobre los pies de Tamlija, los beso y dijo: “¡Juro por el Dios de la Ka’aba que él es mi ancestro! ¡Oh, rey! ¡Ellos eran seis personas que huyeron de Decio hace varios siglos!”
El rey desmontó y colocó a Tamlija sobre sus hombros y la gente besaba sus manos y pies. Después dijo: “¡Oh Tamlija! ¿Qué sucedió con tus amigos?”
Contestó: “Están en la caverna”.
En esa época vivían dos reyes en la ciudad de Afsus, uno era católico y el otro judío. Ambos montaron sus caballos y se dirigieron a las cercanías de la cueva, el lugar donde se encontraban los jóvenes y el ovejero. Cuando llegaron cerca de esta Tamlija propuso lo siguiente: “Ustedes esperen aquí para que yo me adelante, temo que cuando ellos escuchen el trote de los caballos teman y piensen que Decio ha venido a buscarlos”.
En el momento que Tamlija entró en la caverna, sus amigos se pusieron de pie para recibirlo, lo abrazaron y dijeron: “¡Gracias a Dios que te ha salvado de las garras de Decio!”.
Tamlija dijo: “Olviden lo sucedido con Decio y díganme ¿cuánto tiempo creen que estuvimos dormidos aquí?”
Respondieron: “Un día o parte de un día”.
Tamlija dijo: “Trescientos nueve años hemos dormido. Decio ha muerto, han pasado siglos desde su muerte y Dios envió a un profeta llamado Jesús, reconocido como el Mesías. Es hijo de María. Dios lo ascendió al Cielo. Afuera esperan los reyes y la gente de la ciudad que han venido hasta aquí para verlos a ustedes”.
Dijeron: “¡Oh, Tamlija! ¿Quieres que Dios haga de nosotros una sedición para los del mundo?” 
Tamlija dijo: “¿Qué desean hacer?”
Dijeron: “Ven, roguemos para que Dios nos quite la vida”. Entonces levantaron sus manos suplicantes para que Dios los llevase hacia Él, y Dios hizo que partieran hacia la vida eterna.
Los dos reyes buscaron durante siete días una entrada alrededor de la caverna, pero sus esfuerzos fueron en vano. El rey cristiano dijo: “Ellos murieron como cristianos. Yo construiré un templo cerca de esta caverna”.
Por su parte, el rey judío dijo: “Ellos murieron siendo judíos, construiré una sinagoga a las afueras de esta gruta”. Los dos reyes pelearon entre sí por este asunto hasta que el rey cristiano salió triunfante. Así que mandó a construir una iglesia.»
Al finalizar la historia, el honorable Príncipe de los Creyentes dijo: “¡Oh judío! ¿Acaso en la Torá de ustedes está registrado algo diferente a lo que he relatado?”
El judío contestó: “No agregaste ni omitiste ni siquiera una palabra, y atestiguo de que Dios es Uno y su Mensajero es Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él y su familia).