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Descripción

Lo bello no está solo en la mirada, ni la hermosura se manifiesta únicamente a través del exterior. A veces los peores sentimientos se esconden tras un porte gallardo y el aspecto más rústico o menos agraciado puede contener en su interior los atributos más hermosos. Podemos morir envenenados por la maldad agazapada en lo reluciente o vivir con el brillo del bien que yace dentro del alma.

Transcripción

Lo hermoso yace dentro

Una hermosa y amplia pérgola, invadida por enredaderas vestidas de violáceas flores, servía de perfumado y fresco escenario para el encuentro vespertino de una sabia maestra con sus pupilos.

Se accedía a ella a través de unas breves escalinatas que hacían alarde de un esponjoso musgo donde los alumnos tomaban asiento.

Antes de la hora concertada, la maestra ya estaba allí podando la enredadera o recogiendo del suelo las hojas y pétalos marchitos recién caídos.

En el sitio se congregan los jóvenes con el espíritu más ávido de conocimiento de toda la localidad.

La manera en que llegaban, casi en procesión, la forma de caminar y saludar tan respetuosa y silente, le daba a aquel encuentro un carácter ceremonioso.

Nada de ello era impuesto, sino que los jóvenes alumnos, parecían tener conciencia de que cada tarde se acrecentaba su saber. Estaban seguros de que cada palabra, cada frase de la maestra era como un leve grano de mostaza que caía dentro de un gran costal y que este, con el tiempo y sin notarse el acopio, pesaría un quintal de hermosos pensamientos y sentimientos de bondad.

Un día, cuando aquel paraguas violeta que coronaba  sobre sus cabezas reflejaba el último rayo crepuscular, la maestra quiso cerrar su disertación sobre la moral, con una imprevista reflexión acerca del concepto de lo hermoso y Preguntó a sus alumnos:

-Díganme, ¿Qué es lo que hace hermosa a una persona? ¿Cuál es el criterio de la belleza humana?

Cada alumno dio una respuesta y cada cual tuvo una opinión diferente. Uno decía que era el “tener los ojos bellos y atractivos”.

-"Creo que ser alto hace que una persona sea hermosa", dijo un segundo alumno.

Dijo una tercera persona: “tener el cabello largo y liso lo hace hermoso”.

Después de que todos los estudiantes dieron su opinión, la maestra colocó dos tazones sobre uno de los escalones y les dijo a los estudiantes que los observaran con mucho detenimiento por unos minutos.

Al poco rato, ella aclaró que el cuenco de la derecha estaba hecho de oro y adornado con piedras preciosas, pero contenía un poderoso veneno que se extrae de una hermosa flor. En cambio, el cuenco de la izquierda era de cerámica burda y contenía agua fresca y cristalina que es transportada desde un manantial cercano a través de una rústica acequia de piedra.

-Ahora díganme, ¿de qué cuenco están dispuestos a beber?

Todos los niños dijeron al mismo tiempo y sin pensar: “Es obvio, del cuenco de barro”.

La maestra sonrió dulcemente y dijo:

-Todos ustedes consideraron el contenido de los tazones, la verdad que hay dentro de ellos, mientras que la apariencia y la forma de estos cuencos se volvieron irrelevantes para ustedes.

Los humanos somos como estos cuencos.

Lo que hace bella a una persona es su ser interior y sus atributos morales, en sí, lo que hay en su corazón. Así que, necesitamos embellecer nuestra moral y nuestro interior, no solo engalanar nuestra belleza exterior, del mismo modo que debemos ver lo que yace en el interior de los demás y no solo la hermosura de su porte, su cabello o su rostro.

El príncipe de los creyentes, el Imam Ali (la paz sea con él) dijo:

“Qué feo es para un ser humano tener un interior enfermo y una apariencia hermosa.”

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Transcripción

Lo bello no está solo en la mirada, ni la hermosura se manifiesta únicamente a través del exterior. A veces los peores sentimientos se esconden tras un porte gallardo y el aspecto más rústico o menos agraciado puede contener en su interior los atributos más hermosos. Podemos morir envenenados por la maldad agazapada en lo reluciente o vivir con el brillo del bien que yace dentro del alma.

Lo hermoso yace dentro

Una hermosa y amplia pérgola, invadida por enredaderas vestidas de violáceas flores, servía de perfumado y fresco escenario para el encuentro vespertino de una sabia maestra con sus pupilos.

Se accedía a ella a través de unas breves escalinatas que hacían alarde de un esponjoso musgo donde los alumnos tomaban asiento.

Antes de la hora concertada, la maestra ya estaba allí podando la enredadera o recogiendo del suelo las hojas y pétalos marchitos recién caídos.

En el sitio se congregan los jóvenes con el espíritu más ávido de conocimiento de toda la localidad.

La manera en que llegaban, casi en procesión, la forma de caminar y saludar tan respetuosa y silente, le daba a aquel encuentro un carácter ceremonioso.

Nada de ello era impuesto, sino que los jóvenes alumnos, parecían tener conciencia de que cada tarde se acrecentaba su saber. Estaban seguros de que cada palabra, cada frase de la maestra era como un leve grano de mostaza que caía dentro de un gran costal y que este, con el tiempo y sin notarse el acopio, pesaría un quintal de hermosos pensamientos y sentimientos de bondad.

Un día, cuando aquel paraguas violeta que coronaba  sobre sus cabezas reflejaba el último rayo crepuscular, la maestra quiso cerrar su disertación sobre la moral, con una imprevista reflexión acerca del concepto de lo hermoso y Preguntó a sus alumnos:

-Díganme, ¿Qué es lo que hace hermosa a una persona? ¿Cuál es el criterio de la belleza humana?

Cada alumno dio una respuesta y cada cual tuvo una opinión diferente. Uno decía que era el “tener los ojos bellos y atractivos”.

-"Creo que ser alto hace que una persona sea hermosa", dijo un segundo alumno.

Dijo una tercera persona: “tener el cabello largo y liso lo hace hermoso”.

Después de que todos los estudiantes dieron su opinión, la maestra colocó dos tazones sobre uno de los escalones y les dijo a los estudiantes que los observaran con mucho detenimiento por unos minutos.

Al poco rato, ella aclaró que el cuenco de la derecha estaba hecho de oro y adornado con piedras preciosas, pero contenía un poderoso veneno que se extrae de una hermosa flor. En cambio, el cuenco de la izquierda era de cerámica burda y contenía agua fresca y cristalina que es transportada desde un manantial cercano a través de una rústica acequia de piedra.

-Ahora díganme, ¿de qué cuenco están dispuestos a beber?

Todos los niños dijeron al mismo tiempo y sin pensar: “Es obvio, del cuenco de barro”.

La maestra sonrió dulcemente y dijo:

-Todos ustedes consideraron el contenido de los tazones, la verdad que hay dentro de ellos, mientras que la apariencia y la forma de estos cuencos se volvieron irrelevantes para ustedes.

Los humanos somos como estos cuencos.

Lo que hace bella a una persona es su ser interior y sus atributos morales, en sí, lo que hay en su corazón. Así que, necesitamos embellecer nuestra moral y nuestro interior, no solo engalanar nuestra belleza exterior, del mismo modo que debemos ver lo que yace en el interior de los demás y no solo la hermosura de su porte, su cabello o su rostro.

El príncipe de los creyentes, el Imam Ali (la paz sea con él) dijo:

“Qué feo es para un ser humano tener un interior enfermo y una apariencia hermosa.”