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El principal mérito humano es la virtud. Dice el Sagrado Corán: "El mejor de vosotros ante Dios es el más virtuoso". Dicho esto, no solo el hombre y la mujer deben resplandecer por sus elevadas cualidades éticas, sino que los pueblos también han de fundamentar su comportamiento sobre la base de sólidos preceptos morales.

Transcripción

Hola, te saludamos llenos de entusiasmo y amor para compartir contigo este nuevo episodio. El tema de hoy se titula La virtud de los pueblos.

El principal mérito humano es la virtud. Dice el Sagrado Corán: "El mejor de vosotros ante Dios es el más virtuoso". Dicho esto, no solo el hombre y la mujer deben resplandecer por sus elevadas cualidades éticas, sino que los pueblos también han de fundamentar su comportamiento sobre la base de sólidos preceptos morales.

La vida, tanto en el ámbito individual como colectivo, debe estar signada por la virtud. Una sociedad decadente, donde la moral no existe, ha sido debilitada o sustituida por los vicios, asumirá una conducta movida por la intolerancia, la amenaza, el odio, la ira, la extorsión, el sabotaje, la mentira y la opresión hacia sus connacionales y hacia el mundo.

Una sociedad materialista, enferma de soberbia y vanidad, es proclive a practicar la discriminación contra todo aquello que es diferente a ella o le es desconocido: el color de la piel, la nacionalidad, el idioma, la cultura, las tradiciones, las creencias. En cambio, estas consideraciones no divinas carecen de sentido en una sociedad equitativa y justa, que fundamenta sus pensamientos y acciones en sólidos valores éticos y elevadas virtudes.

Paradójicamente, las naciones que se erigen como depredadoras de los más débiles y que son abiertamente aborrecidas por sus propios pueblos, suelen convertirse de la noche a la mañana en predicadores y defensores a ultranza de los derechos humanos, en paladines y sacerdotes del bien común y en fieros custodios de la libertad. Esto es lo que se conoce como doble moral. Cuánta hipocresía puede albergar el alma sombría de quienes actúan cobardemente y practican el tutelaje político, económico y cultural sobre territorios ajenos.

Si en verdad creyeran en esos principios favorecerían, en el seno de sus propios pueblos, la dignidad, el afecto, el amor a los pobres, la misericordia. Asumirían como bandera la lucha contra el egoísmo, contra la explotación del ser humano y el consumismo. En cambio, son productores y exportadores de vilezas mediante una compleja maquinaria cultural e industrial que promueve el consumo de drogas, esclaviza y explota sexualmente a las mujeres y corrompe la mente de los infantes.

No obstante, en su infinita insolencia subyace precisamente su mayor debilidad. El sostenimiento de las naciones, su permanencia a lo largo de la historia y su propia soberanía dependen ineludiblemente del grado de perfeccionamiento de sus valores morales. Una sociedad sin nobles cualidades ni excelentes virtudes es una sociedad condenada a morir. Su decadencia va al mismo ritmo que la pérdida de su moral, porque reduce aceleradamente toda adherencia a la vida. Es como una vela que se apaga a mitad de la noche.

Por otro lado, el desarrollo científico, tecnológico y económico de los países debe ser para el beneficio del ser humano en su totalidad y no para ejercer la dominación. Es un medio y no un fin. El objetivo verdadero debe ser el crecimiento, la evolución espiritual y cultural en general. Quien alcance un alto nivel de desarrollo cognitivo y de recursos materiales debe regirse siempre por la virtud y la piedad, sea una persona o un sistema de gobierno; en consecuencia, debe abrazar la independencia, la libertad, la justicia y la verdad como sus causas. Quien asuma tales valores está llamado a luchar legítimamente a favor de los desheredados y en contra de los opresores en cualquier parte del planeta.

La virtud y la piedad son cualidades morales que constituyen parte fundamental del Mensaje del Islam. Su prédica se basa precisamente en lo que anunció el Profeta (con él sea la Bendición y la Paz y con su Descendencia purificada): “Ciertamente que sólo fui enviado para perfeccionar las más elevadas virtudes”. En tal sentido, no es la capacidad física ni material acumulada, ni siquiera los saberes y el conocimiento, por más vastos y profundos que estos sean, lo que determina la cima del desarrollo humano. Solo a través de la ética se puede alcanzar el más sublime nivel de perfección y es lo que determina la verdadera transformación social y el adelanto de los pueblos.  

Contrariamente a los sistemas e ideologías materialistas, sean estos del Este o del Oeste, el Islam exalta la virtud porque eleva la condición del ser humano. Es diametralmente antagónico a toda inclinación malvada o vicio que corrompa la sociedad y destruya la ética; por tanto, es su obligación adversar estos desvíos con todo el vigor posible. No es casual que los peores males terrenales abunden allí donde prospera la perversidad y los atributos execrados. Las cuestiones del espíritu, en cambio, el florecimiento de las almas y su purificación es un asunto programático en el Islam (alabado sea Dios).

Las acciones individuales tienen su repercusión en la comunidad y viceversa. La vida humana solo puede edificarse sobre la base de la unión, el afecto, la cooperación, la confraternidad y otros nobles ideales, tal y como lo establece el Islam. De hecho, su régimen económico prohíbe toda forma de explotación, engaño, acaparamiento y otras prácticas que induzcan la carestía, la inflación y la especulación. En él no se concibe la idea de una economía paralizada con el fin de propagar la miseria, el hambre y las enfermedades en los pueblos. Todo lo contrario, mediante sus elevadas pautas de virtud, el Profeta, al establecer un sistema económico que no diera cabida a la pobreza y la necesidad, al liberar del atraso y la decadencia a los pueblos, transformó la sociedad y marcó un hito en la historia. A partir de entonces, las naciones que asumen tales preceptos viven tiempos de abundancia y sus logros se consagran a invaluables fines humanistas.

Por último, tenemos a nuestro alcance un caudal de ideales en los “Imames de la Buena Guía”, la descendencia del Mensajero de Dios. Ellos constituyen las lámparas del Islam, y sus elevadas virtudes orientan hoy día a la gente en el comportamiento y la justicia social. Muchas son las súplicas, narraciones, dichos y consejos que dan cuenta de ese tesoro de sabiduría que abrió los horizontes del pensamiento y sentó las bases de la civilización en la Tierra. Estamos obligados a amarles, a conocer y difundir sus vidas ejemplares y atributos morales. Sobre ellos y su legado estaremos refiriéndonos en los próximos episodios.

Hasta aquí el tema de hoy. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!

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El principal mérito humano es la virtud. Dice el Sagrado Corán: "El mejor de vosotros ante Dios es el más virtuoso". Dicho esto, no solo el hombre y la mujer deben resplandecer por sus elevadas cualidades éticas, sino que los pueblos también han de fundamentar su comportamiento sobre la base de sólidos preceptos morales.

Hola, te saludamos llenos de entusiasmo y amor para compartir contigo este nuevo episodio. El tema de hoy se titula La virtud de los pueblos.

El principal mérito humano es la virtud. Dice el Sagrado Corán: "El mejor de vosotros ante Dios es el más virtuoso". Dicho esto, no solo el hombre y la mujer deben resplandecer por sus elevadas cualidades éticas, sino que los pueblos también han de fundamentar su comportamiento sobre la base de sólidos preceptos morales.

La vida, tanto en el ámbito individual como colectivo, debe estar signada por la virtud. Una sociedad decadente, donde la moral no existe, ha sido debilitada o sustituida por los vicios, asumirá una conducta movida por la intolerancia, la amenaza, el odio, la ira, la extorsión, el sabotaje, la mentira y la opresión hacia sus connacionales y hacia el mundo.

Una sociedad materialista, enferma de soberbia y vanidad, es proclive a practicar la discriminación contra todo aquello que es diferente a ella o le es desconocido: el color de la piel, la nacionalidad, el idioma, la cultura, las tradiciones, las creencias. En cambio, estas consideraciones no divinas carecen de sentido en una sociedad equitativa y justa, que fundamenta sus pensamientos y acciones en sólidos valores éticos y elevadas virtudes.

Paradójicamente, las naciones que se erigen como depredadoras de los más débiles y que son abiertamente aborrecidas por sus propios pueblos, suelen convertirse de la noche a la mañana en predicadores y defensores a ultranza de los derechos humanos, en paladines y sacerdotes del bien común y en fieros custodios de la libertad. Esto es lo que se conoce como doble moral. Cuánta hipocresía puede albergar el alma sombría de quienes actúan cobardemente y practican el tutelaje político, económico y cultural sobre territorios ajenos.

Si en verdad creyeran en esos principios favorecerían, en el seno de sus propios pueblos, la dignidad, el afecto, el amor a los pobres, la misericordia. Asumirían como bandera la lucha contra el egoísmo, contra la explotación del ser humano y el consumismo. En cambio, son productores y exportadores de vilezas mediante una compleja maquinaria cultural e industrial que promueve el consumo de drogas, esclaviza y explota sexualmente a las mujeres y corrompe la mente de los infantes.

No obstante, en su infinita insolencia subyace precisamente su mayor debilidad. El sostenimiento de las naciones, su permanencia a lo largo de la historia y su propia soberanía dependen ineludiblemente del grado de perfeccionamiento de sus valores morales. Una sociedad sin nobles cualidades ni excelentes virtudes es una sociedad condenada a morir. Su decadencia va al mismo ritmo que la pérdida de su moral, porque reduce aceleradamente toda adherencia a la vida. Es como una vela que se apaga a mitad de la noche.

Por otro lado, el desarrollo científico, tecnológico y económico de los países debe ser para el beneficio del ser humano en su totalidad y no para ejercer la dominación. Es un medio y no un fin. El objetivo verdadero debe ser el crecimiento, la evolución espiritual y cultural en general. Quien alcance un alto nivel de desarrollo cognitivo y de recursos materiales debe regirse siempre por la virtud y la piedad, sea una persona o un sistema de gobierno; en consecuencia, debe abrazar la independencia, la libertad, la justicia y la verdad como sus causas. Quien asuma tales valores está llamado a luchar legítimamente a favor de los desheredados y en contra de los opresores en cualquier parte del planeta.

La virtud y la piedad son cualidades morales que constituyen parte fundamental del Mensaje del Islam. Su prédica se basa precisamente en lo que anunció el Profeta (con él sea la Bendición y la Paz y con su Descendencia purificada): “Ciertamente que sólo fui enviado para perfeccionar las más elevadas virtudes”. En tal sentido, no es la capacidad física ni material acumulada, ni siquiera los saberes y el conocimiento, por más vastos y profundos que estos sean, lo que determina la cima del desarrollo humano. Solo a través de la ética se puede alcanzar el más sublime nivel de perfección y es lo que determina la verdadera transformación social y el adelanto de los pueblos.  

Contrariamente a los sistemas e ideologías materialistas, sean estos del Este o del Oeste, el Islam exalta la virtud porque eleva la condición del ser humano. Es diametralmente antagónico a toda inclinación malvada o vicio que corrompa la sociedad y destruya la ética; por tanto, es su obligación adversar estos desvíos con todo el vigor posible. No es casual que los peores males terrenales abunden allí donde prospera la perversidad y los atributos execrados. Las cuestiones del espíritu, en cambio, el florecimiento de las almas y su purificación es un asunto programático en el Islam (alabado sea Dios).

Las acciones individuales tienen su repercusión en la comunidad y viceversa. La vida humana solo puede edificarse sobre la base de la unión, el afecto, la cooperación, la confraternidad y otros nobles ideales, tal y como lo establece el Islam. De hecho, su régimen económico prohíbe toda forma de explotación, engaño, acaparamiento y otras prácticas que induzcan la carestía, la inflación y la especulación. En él no se concibe la idea de una economía paralizada con el fin de propagar la miseria, el hambre y las enfermedades en los pueblos. Todo lo contrario, mediante sus elevadas pautas de virtud, el Profeta, al establecer un sistema económico que no diera cabida a la pobreza y la necesidad, al liberar del atraso y la decadencia a los pueblos, transformó la sociedad y marcó un hito en la historia. A partir de entonces, las naciones que asumen tales preceptos viven tiempos de abundancia y sus logros se consagran a invaluables fines humanistas.

Por último, tenemos a nuestro alcance un caudal de ideales en los “Imames de la Buena Guía”, la descendencia del Mensajero de Dios. Ellos constituyen las lámparas del Islam, y sus elevadas virtudes orientan hoy día a la gente en el comportamiento y la justicia social. Muchas son las súplicas, narraciones, dichos y consejos que dan cuenta de ese tesoro de sabiduría que abrió los horizontes del pensamiento y sentó las bases de la civilización en la Tierra. Estamos obligados a amarles, a conocer y difundir sus vidas ejemplares y atributos morales. Sobre ellos y su legado estaremos refiriéndonos en los próximos episodios.

Hasta aquí el tema de hoy. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!