Cada tarde, cuando el sol suaviza su resplandor, el viejo comerciante acostumbraba a cerrar su tienda y dormir una merecida siesta hasta el ocaso. Un día, su hijo, que era un joven muy benevolente y respetuoso con sus padres, recibió la visita de unos viajeros muy adinerados que deseaban comprar grandes cantidades de mercancía. Sin embargo, la tienda estaba cerrada y la llave siempre colgaba del cuello de su padre, así que no había manera de obtenerla sin despertarlo. A pesar de que aquel trato era muy lucrativo, el joven no dudó en rechazarlo para así no molestar a su progenitor. El joven era tan compasivo que prefirió desaprovechar aquella fortuna de setenta mil monedas de oro que aquellos forasteros pagarían por todas las telas y enseres que había en la tienda. Para él, el descanso de su amado padre valía mucho más que todo el oro del mundo.
Justo cuando los rayos del sol se tiñeron de naranja y se avecinaba la noche, el viejo comerciante se despertó. El joven se había sentado en silencio muy cerca de la cama para así cuidar el sagrado descanso de su padre. Al ver que hacía un esfuerzo por levantarse, corrió a ayudarle, beso su mano y le informó de lo sucedido. Debido a su gran humildad, se sintió impulsado a pedirle perdón por haber rechazado ese gran negocio, pero el anciano conocía bien el corazón puro de su hijo y, lejos de enfadarse, le dio la única vaca que tenía como muestra de su agradecimiento por aquel amable gesto de respeto y noble consideración. Le dijo: "Espero que obtengas muchas bendiciones de esta vaca".
En otro lugar, no muy lejos de allí, sucedían otros hechos. Un bondadoso joven perteneciente a los Hijos de Israel le propuso matrimonio a una hermosa muchacha y ella aceptó. Sin embargo, aquel afortunado pretendiente tenía un primo cuya alma estaba infectada de pecado. Este, corroído por la envidia, también le propuso matrimonio a la misma joven, pero sintió en su rostro el gélido vaho del rechazo. Esto le causó un gran resentimiento. Era tal su odio hacia su bendecido e inocente primo que decidió asesinarlo. Y así fue. Una noche, decidió acecharlo mientras caminaba por las calles, lo siguió sigilosamente hasta que lo acorraló y mató con total frialdad. Arrojó su cuerpo en uno de los barrios.
Al día siguiente, este desvergonzado y cobarde asesino se arrodilló junto al cadáver de su primo y lloró desconsoladamente, gritaba de tal manera que conmovía a cualquiera que lo viera en ese estado. Maldecía sin parar al autor de su muerte. Dijo: "Quienquiera que lo haya matado, se me dará el precio de su sangre (porque soy su primo, soy su familia) y si no se encuentra al asesino, ¡la gente de ese lugar debe pagarme el precio de la sangre!"
El problema se volvió sumamente complicado y la disputa se intensificaba cada vez más entre los pobladores. No era posible determinar quién era el asesino y las personas se acusaban unas a otras. Si esta situación continuaba podía así podía desatarse una gran sedición y de seguro correría más sangre. Así que acudieron a Moisés (la paz sea con él) para pedirle a Dios que revelara la identidad del asesino.
Moisés (la paz sea con él) le suplicó a Dios para encontrar una pronta solución al problema. Dios lo escuchó y le dio una orden. Moisés (la paz sea con él) explicó esa orden a su pueblo de la siguiente manera: “Dios te ordena matar a la vaca y poner un pedazo de su cuerpo sobre la víctima para resucite y así pueda señalar a su asesino y el conflicto pueda terminar.”
Los hijos de Israel dijeron: ¿Te estás burlando de nosotros?
Moisés respondió: “Me refugio en Dios de ser ignorante. Si los hijos de Israel hubieran terminado su trabajo aquí, habrían tenido éxito antes, pero como resultado de las repetidas preguntas todo se ha dificultado·
Los hijos de Israel no querían obedecer y por esa razón hacían muchas preguntas acerca de las características de la vaca. Le dijeron a Moisés: "Pídele a Dios que nos aclare cómo debe ser esta vaca". El profeta Moisés dijo: “Dios dice: ´La vaca no debe ser vieja ni joven, sino en un estado intermedio, háganlo tan pronto como se lo ordenen´. Los hijos de Israel volvieron a hablar: “Pregúntale a Dios ¿De qué color debe ser (la vaca)?”. Moisés respondió: "Dios dice: ´una vaca amarilla cuyo color alegra a los espectadores´”. Los hijos de Israel insistieron: “Pídale a Dios que nos explique más, es decir ¿cómo es esta vaca exactamente? Este tema es vago para nosotros, si Dios quiere, seremos guiados.” Y de nuevo Moisés respondió: “Dios dice: ´es una vaca que no ha sido domesticada para arar, ni ha sido enyuntada para la agricultura, y no tiene ningún otro defecto o color´”. Los hijos de Israel finalmente dijeron: “Ahora todo está claro para nosotros.”
Los israelitas salieron a buscar una vaca con las mismas características que Dios había descrito. Revisaron y preguntaron por todas partes hasta que finalmente la encontraron. Se trataba del animal que era propiedad de aquel joven benevolente y que su padre le había regalado como muestra de amor y gratitud. Pero el joven se negaba a venderla, así que los israelitas negociaron e insistieron mucho hasta que ofrecieron un precio muy alto por ella, como si toda su piel fuese de oro puro. La negociación se concretó y la vaca fue llevada ante Moisés, quien ordenó su sacrificio. La cola del animal fue cortada y con ella tocaron el cadáver de la víctima. Por la gracia de Dios, este resucitó y dijo: “Mi primo, el mismo que quiere el dinero de mi sangre, es el asesino.”
De esta manera el enigma pudo resolverse y el asesino fue castigado severamente. El joven que había regresado de la muerte logró casarse con su prometida y llevaron una bendecida vida juntos. Por su parte, el hombre benevolente y respetuoso con sus padres, obtuvo grandes ganancias y fue recompensado por su buen acto (respetar a su padre). El profeta Moisés dijo: “Presten atención a la bondad y a la recompensa que le da a su dueño (a quien hace el acto bueno).”
El Corán, en el segundo capítulo, versículos 67 al 71 dice:
«Y [recuerda] cuando Moisés dijo a su pueblo: “Dios os ordena que sacrifiquéis una vaca.” Dijeron: “Te burlas de nosotros?” Dijo: “¡Dios me proteja de ser como los ignorantes!” Dijeron: “Ruega a tu Señor de parte nuestra, que nos aclare cómo ha ser ella.” Dijo: “Él dice que ha de ser una vaca ni vieja ni joven, algo intermedio entre ambas cosas. ¡Haced lo que se os ordena!” Dijeron: “Ruega a tu Señor de parte nuestra, que nos aclare cuál ha de ser su color.” Dijo: “Él dice que ha de ser una vaca de color amarillo intenso, que agrade a los que la miren.” Dijeron: “Ruega a tu Señor de parte nuestra, que nos explique cuál ha de ser, pues todas las vacas nos parecen semejantes. En verdad, si Dios quiere, seremos bien guiados.” Dijo: “Él dice que ha de ser una vaca que no haya sido uncida para arar la tierra, ni para el riego de los campos; sana, sin defecto o marca.” Dijeron: “Ahora has traído la Verdad.” Y la sacrificaron, pero estuvieron a punto de no hacerlo.»