Hola, te saludamos llenos de entusiasmo y amor para compartir contigo este nuevo episodio. El tema de hoy se titula La virtud de los pueblos.
De todos los atributos morales la tolerancia es quizás la cualidad que estructura todo el sistema de valores sublimes en el ser humano y la vida en sociedad. Este principio parece recorrer de forma trasversal todos los demás, debido a que tolerar implica necesariamente relacionarse con los otros. Precisamente en la convivencia, sea entre personas o pueblos, es donde surgen todas las divergencias que constituyen los grandes retos que ponen a prueba el carácter. El Profeta (con él sea la Bendición y la Paz y con su Descendencia purificada) dijo:
“El de mejor carácter de entre vosotros, el de mayor tolerancia, el que es más bienhechor con sus parientes, y el más equitativo aún en detrimento propio”
En cada acción que realizas durante tu vida subyace este importante componente moral que tendrá su impacto en el contexto de la sociedad. No se puede ser virtuoso, tampoco valiente, leal, noble o justo sin antes haber sido tolerante. La compasión, la misericordia y hasta la paciencia dependen también de ello, porque tales atributos únicamente tienen sentido si aceptas y reconoces a cada individuo o sociedad tal y como es.
En consecuencia, solo puedes ser leal a alguien o a algo si lo comprendes y valoras en su justa dimensión; únicamente puedes ser valiente en la defensa de una causa si respetas, conoces y toleras a quienes te siguen y por quienes luchas; la justicia y la misericordia solo son posibles porque reconoces que las personas, objeto de tu noble acción, son distintas a ti en cuanto a sus valores, conductas y creencias. No es casual que el Profeta le ofreciera el siguiente consejo al Imam Alí:
“¡Oh ‘Alî! Ten un buen carácter con tu familia, tus vecinos y todo aquel con quien trates o acompañes de entre la gente; de esa manera, se te registrará ante Dios, Glorificado Sea, en los más elevados niveles”.
La vida cotidiana al lado de tu propia familia, tus vecinos y compañeros exige tolerancia, y para ello debes poseer un buen carácter. El odio, el rencor, la agresión, el insulto, la indiferencia, el prejuicio, la antipatía, la discriminación, la burla, la hipocresía son las manifestaciones más aborrecibles del mal carácter. Sobre esta desviación moral el Profeta nos ofrece las siguientes enseñanzas:
“Ciertamente que Dios aborrece a quien frunce el ceño ante los rostros de sus hermanos”.
“Precaveos del mal carácter, puesto que el de mal carácter se encuentra en el Fuego”.
“El mal carácter corrompe la acción así como el vinagre corrompe la miel”.
¿Acaso no es cierto que en la convivencia sucedan cosas difíciles de aceptar y que son el resultado de una acción impulsiva, movida por un extravío del carácter? Quizás alguien muy cercano a ti te haya privado de algo material o no te brindó el auxilio esperado; o aquel por quien sientes un especial afecto, inesperadamente y sin razón aparente, cortó sus vínculos contigo; o recibiste un trato injusto y desproporcionado de parte de un ser amado. Justamente el Profeta nos advierte que estas tres cosas se consideran como las virtudes más elevadas: darle a quien te ha quitado, relacionarte con quien no ha querido saber de ti y perdonar a quien fue injusto contigo.
Pero tolerar no es permitir pasivamente lo que los demás digan o hagan, no se trata de soportar, aguantar o sufrir. Tampoco se trata de aceptar simplemente que el ser humano comete errores. Sin duda alguna, las malas actitudes acarrean el rencor y la hostilidad entre la gente, pero el tolerante se convierte con su ejemplo en un paradigma a seguir y puede provocar cambios morales profundos en las personas que le observan e incluso en quienes le han ofendido, al punto de que mientras más grave haya sido el agravio más noble y virtuoso ha de ser la reacción del tolerante.
Un ejemplo de esto puede extraerse de una reseña acerca del Imam Alí (la paz sea con él), considerado el más tolerante de las personas y quien más contenía su ira:
Un hombre, llamado Abû Huraira, a pesar de ser público su desafecto y oposición hacia el Imam Alí, acudió a él para pedirle un favor. El Imam, sin importarle la antipatía de aquel, le brindó la ayuda solicitada. Luego, ante la crítica de uno de los suyos, respondió serenamente:
“Me avergonzaría que su ignorancia supere a mi tolerancia, su pecado a mi perdón y su pedido a mi generosidad”.
El corazón del Imam (la paz sea con él) jamás albergó la venganza, no sentía rencor o rabia contra nadie aunque le hubiera causado algún mal. Por el contrario, retribuía toda ofensa con magnanimidad. De esta manera, arrancaba de sí todo vicio o signo de maldad y ejercía una dulce influencia en quien actuaba alevosamente contra él.
Hasta aquí el tema de hoy. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!