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Descripción

“Por cierto que la paciencia ante la desgracia es mejor que la serenidad en la holgura”.
Con estas palabras el Imam Mûsâ Al-Kâdzim (la paz sea con él) define la verdadera dimensión de la paciencia. No es solo el buen ánimo cuando esperamos más tiempo de lo acostumbrado por alguien o por el resultado de algo; tampoco se trata de estar calmado y sereno durante una situación que pone a prueba nuestros nervios. Si bien estas cualidades nos definen como personas de bien y son necesarias para la convivencia, la paciencia a la que nos referimos aquí va mucho más allá de eso. Se trata de una elevada virtud, una dura prueba moral de gran alcance social.

Transcripción

Hola, te saludamos llenos de entusiasmo y amor para compartir contigo este nuevo episodio. El tema de hoy tiene como título La paciencia del oprimido.

En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso.

“Por cierto que la paciencia ante la desgracia es mejor que la serenidad en la holgura”.

Con estas palabras el Imam Mûsâ Al-Kâdzim (la paz sea con él) define la verdadera dimensión de la paciencia. No es solo el buen ánimo cuando esperamos más tiempo de lo acostumbrado por alguien o por el resultado de algo; tampoco se trata de estar calmado y sereno durante una situación que pone a prueba nuestros nervios. Si bien estas cualidades nos definen como personas de bien y son necesarias para la convivencia, la paciencia a la que nos referimos aquí va mucho más allá de eso. Se trata de una elevada virtud, una dura prueba moral de gran alcance social.

Dios educó al Profeta (con él sea la Bendición y la Paz y con su Descendencia purificada) en esta conducta sublime, la cual trasmitió a su descendencia. Debido a ese legado, todos los imames tuvieron paciencia ante las muchas aflicciones ocasionadas por sus pueblos y sus enemigos a lo largo de sus prodigiosas vidas. Fueron educados también en la convicción de que todo, absolutamente todo, está relacionado con los “asuntos decisivos”. De modo que la paciencia debe considerarse como parte indisoluble de un conjunto de hechos complejos y exigentes que van acaeciendo, marcados por una honda significación; y en ese devenir de las cosas, este atributo juega un papel determinante.

Si nuestra vida se dirige hacia un noble objetivo y éste no se reduce al ámbito personal e individual, sino que se integra a una conciencia colectiva, la paciencia hará que las vicisitudes sean la antesala de algo verdaderamente grande y trascendente.

Según el propio Imam Mûsâ Al-Kâdzim, la desgracia por sí sola no justifica una recompensa:

“La desgracia no es tal que aquel que la padezca merezca recompensa, salvo que la afronte con paciencia, y al sufrir un golpe mencione la frase «Por cierto que somos de Dios y a Él retornaremos».

En consecuencia, la paciencia durante los difíciles trances nos acercará cada vez más a aquello que queremos alcanzar, aunque por momentos parezca imposible: la paz, la perfección del alma, el bien para el pueblo, la derrota de los enemigos y el fin de los opresores. Se concretará más temprano o más tarde, en algún momento de nuestra existencia o más allá de ella, siempre y cuando nos sometamos a la Voluntad de Dios. En caso de no tener la dicha de atestiguar la realización de estos propósitos, podemos estar seguros de haber contribuido con nuestra obra en la misión por conseguirlos.

Visto así, mientras mayor sea la adversidad o el agobio debido a una serie de calamidades, mayor tendrá que ser nuestra paciencia. Esto implica renunciar a la ira, la frustración, la ofensa o el dolor destructivo, porque ello puede extraviarnos de la elevada finalidad que perseguimos. Al respecto, el mismo Imam nos dice:

“La desgracia es una sola para el paciente y dos para el que exterioriza su lamentación”

¿Acaso no somos testigos a diario de injusticias y vicios execrables? ¿En este tiempo histórico lleno de profundas contradicciones, no es visible el mal causado por la canalla, la manera como deteriora, corrompe y mutila con sus insultos el mundo? ¿No es acaso el colonialista un mentiroso, un burdo saqueador, que pretende abolir las normas de Dios y las penas de la Ley divina? A la vista de todos tienen lugar sus terribles ofensas. A causa de ello, la tristeza socava el alma de los puros de corazón que se sienten impotentes ante el desparpajo y la impunidad con la que actúa el inmoral.

Si estos crueles sucesos y aterradoras escenas nos conmueven es porque estamos llamados a asumir un liderazgo y una mayor responsabilidad con la comunidad a la que pertenecemos. El primer paso para una insurrección espiritual es consolidar la paciencia y delegar todos los complejos asuntos a Dios. En ese camino no tardaremos en transformar este mundo corrompido, donde predominan las políticas opresoras y la falta de compasión. Será el triunfo de la virtud sobre el mal, luego de tantas desdichas. Dijo el Imam Alí (la paz sea con él):

“¡Paciencia, oh gente de mi casa! ¡Paciencia, oh primos! No veréis ninguna humillación más después de este día”.

Hemos llegado al final de este episodio. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!

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“Por cierto que la paciencia ante la desgracia es mejor que la serenidad en la holgura”.
Con estas palabras el Imam Mûsâ Al-Kâdzim (la paz sea con él) define la verdadera dimensión de la paciencia. No es solo el buen ánimo cuando esperamos más tiempo de lo acostumbrado por alguien o por el resultado de algo; tampoco se trata de estar calmado y sereno durante una situación que pone a prueba nuestros nervios. Si bien estas cualidades nos definen como personas de bien y son necesarias para la convivencia, la paciencia a la que nos referimos aquí va mucho más allá de eso. Se trata de una elevada virtud, una dura prueba moral de gran alcance social.

Hola, te saludamos llenos de entusiasmo y amor para compartir contigo este nuevo episodio. El tema de hoy tiene como título La paciencia del oprimido.

En el nombre de Dios, el Compasivo, el Misericordioso.

“Por cierto que la paciencia ante la desgracia es mejor que la serenidad en la holgura”.

Con estas palabras el Imam Mûsâ Al-Kâdzim (la paz sea con él) define la verdadera dimensión de la paciencia. No es solo el buen ánimo cuando esperamos más tiempo de lo acostumbrado por alguien o por el resultado de algo; tampoco se trata de estar calmado y sereno durante una situación que pone a prueba nuestros nervios. Si bien estas cualidades nos definen como personas de bien y son necesarias para la convivencia, la paciencia a la que nos referimos aquí va mucho más allá de eso. Se trata de una elevada virtud, una dura prueba moral de gran alcance social.

Dios educó al Profeta (con él sea la Bendición y la Paz y con su Descendencia purificada) en esta conducta sublime, la cual trasmitió a su descendencia. Debido a ese legado, todos los imames tuvieron paciencia ante las muchas aflicciones ocasionadas por sus pueblos y sus enemigos a lo largo de sus prodigiosas vidas. Fueron educados también en la convicción de que todo, absolutamente todo, está relacionado con los “asuntos decisivos”. De modo que la paciencia debe considerarse como parte indisoluble de un conjunto de hechos complejos y exigentes que van acaeciendo, marcados por una honda significación; y en ese devenir de las cosas, este atributo juega un papel determinante.

Si nuestra vida se dirige hacia un noble objetivo y éste no se reduce al ámbito personal e individual, sino que se integra a una conciencia colectiva, la paciencia hará que las vicisitudes sean la antesala de algo verdaderamente grande y trascendente.

Según el propio Imam Mûsâ Al-Kâdzim, la desgracia por sí sola no justifica una recompensa:

“La desgracia no es tal que aquel que la padezca merezca recompensa, salvo que la afronte con paciencia, y al sufrir un golpe mencione la frase «Por cierto que somos de Dios y a Él retornaremos».

En consecuencia, la paciencia durante los difíciles trances nos acercará cada vez más a aquello que queremos alcanzar, aunque por momentos parezca imposible: la paz, la perfección del alma, el bien para el pueblo, la derrota de los enemigos y el fin de los opresores. Se concretará más temprano o más tarde, en algún momento de nuestra existencia o más allá de ella, siempre y cuando nos sometamos a la Voluntad de Dios. En caso de no tener la dicha de atestiguar la realización de estos propósitos, podemos estar seguros de haber contribuido con nuestra obra en la misión por conseguirlos.

Visto así, mientras mayor sea la adversidad o el agobio debido a una serie de calamidades, mayor tendrá que ser nuestra paciencia. Esto implica renunciar a la ira, la frustración, la ofensa o el dolor destructivo, porque ello puede extraviarnos de la elevada finalidad que perseguimos. Al respecto, el mismo Imam nos dice:

“La desgracia es una sola para el paciente y dos para el que exterioriza su lamentación”

¿Acaso no somos testigos a diario de injusticias y vicios execrables? ¿En este tiempo histórico lleno de profundas contradicciones, no es visible el mal causado por la canalla, la manera como deteriora, corrompe y mutila con sus insultos el mundo? ¿No es acaso el colonialista un mentiroso, un burdo saqueador, que pretende abolir las normas de Dios y las penas de la Ley divina? A la vista de todos tienen lugar sus terribles ofensas. A causa de ello, la tristeza socava el alma de los puros de corazón que se sienten impotentes ante el desparpajo y la impunidad con la que actúa el inmoral.

Si estos crueles sucesos y aterradoras escenas nos conmueven es porque estamos llamados a asumir un liderazgo y una mayor responsabilidad con la comunidad a la que pertenecemos. El primer paso para una insurrección espiritual es consolidar la paciencia y delegar todos los complejos asuntos a Dios. En ese camino no tardaremos en transformar este mundo corrompido, donde predominan las políticas opresoras y la falta de compasión. Será el triunfo de la virtud sobre el mal, luego de tantas desdichas. Dijo el Imam Alí (la paz sea con él):

“¡Paciencia, oh gente de mi casa! ¡Paciencia, oh primos! No veréis ninguna humillación más después de este día”.

Hemos llegado al final de este episodio. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!