Hola, hoy queremos compartir contigo este nuevo episodio que hemos titulado: La humildad. Parte III.
Probar la penuria del hambre y la sed a través del ayuno es un acto de profunda humildad porque significa igualarse al pobre y sentir verdadera compasión y misericordia por él. El imam Sadiq (la paz sea con él) dijo: “(…) Busqué la superioridad y la grandeza y las encontré en la humildad (...). Busqué la humildad, y la encontré en el ayuno (…)”.
Los historiadores narran que al imam Sayad (la paz sea con él) le gustaban mucho las uvas. Un día, al momento de cortar el ayuno, una mujer que le servía le ofreció un racimo de esa fruta. Justo en ese instante llegó un mendigo y él ordenó que se le diera ese racimo. La mujer envió a que le compraran más y se lo volvió a ofrecer al imam. Otro mendigo tocó a la puerta y él ordenó que le dieran ese racimo. La mujer nuevamente envió a que le compraran más y otra vez se lo ofreció al imam. Un tercer mendigo tocó a la puerta y el imam también se lo entregó.
Con esta noble acción el imam Sayad imitó el sublime ejemplo de humildad y desprendimiento que dieron sus ascendientes, Fátima Zahra, el imam Alí y sus pequeños hijos Hasan y Husein (la paz y las bendiciones sean con todos ellos) quienes, luego de haber ayunado durante tres días seguidos, dieron la poca comida que tenían a un indigente primero, luego a un huérfano y finalmente a un prisionero liberto que habían llamado a su puerta durante la noches que siguieron al término del ayuno. Debido a este extraordinaria manifestación de humildad y perfección humana, Dios les reveló la Sura “Hal Atâ” (nº 76), quedando así registrado e inmortalizado este magnífico hecho.
El ayuno tiene efecto en el cuerpo y el alma de las personas. Quizás por ello el imam Hasan (la paz sea con él) fue único en su tiempo en cuanto a la humildad y el amor hacia los más pobres. Esa experiencia divina de la que fue testigo cuando niño sin duda cinceló en su corazón un profundo amor por los más necesitados y jamás dio cabida en su alma a la soberbia y el egoísmo.
Esto puede constatarse en varias narraciones. Una vez, al pasar junto a un grupo de indigentes estos lo invitaron a compartir unos trozos de pan que habían dispuesto en el suelo, el imam aceptó su invitación y dijo:
“Por cierto que Dios no ama a los soberbios”.
Cuando acabó de comer, les pidió que aceptaran ser sus invitados. El imam los alimentó, les dio ropa y los colmó de su afabilidad y generosidad.
En otra oportunidad, tuvo el mismo gesto de humildad con unos niños que lo invitaron a compartir su comida. Él aceptó y luego los llevó a su casa para cubrirlos con su bondad y magnanimidad. Dijo el imam:
“Ellos tienen más distinción, puesto que no tenían más que aquello con lo que me convidaron, en tanto que nosotros podemos encontrar más de aquello con lo que les alimentamos”.
Mediante la humildad encontramos la sabiduría. En cambio, el insoportable peso de la arrogancia, el egoísmo, el orgullo y la vanidad nos alejan de la perfección humana y de Dios Clemente y Misericordioso.
Hemos llegado al final de este episodio. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!