Hola, hoy queremos compartir contigo este nuevo episodio que hemos titulado: La humildad. Parte II.
El mundo es el lugar de la prueba. Dice el Sagrado Corán: “Hemos adornado la tierra con lo que en ella hay para probarles y ver quién de ellos es el que mejor se porta”, (Sura 18, La cueva, aleya 7). De modo que si elegimos tomar consciencia de nuestra responsabilidad ante Dios y la humanidad alcanzaremos piedad, misericordia, compasión y generosidad eterna. Es en este camino hacia la otra vida donde debemos prepararnos para alcanzar la perfección espiritual o hundirnos en el pantano del sufrimiento y la miseria. La brevedad de la vida condiciona nuestra existencia y obliga a definirnos como personas honradas y humildes o como injustas y vanas.
En tal sentido, la humildad es transversal a todos los demás valores éticos, no se concibe ningún atributo moral sin primero ser humilde de corazón y acción. ¿Quién puede proclamarse justo si ofende a Dios con su soberbia? ¿Quién puede ser considerado tolerante, misericordioso, paciente o leal si detrás de esas supuestas cualidades se esconde la vanidad, el deseo de poder y riqueza? ¿Es posible ser humilde con los ricos y no con los pobres y oprimidos del mundo?
Estas contradicciones no tuvieron cabida en el corazón del imam Alí (la paz sea con él), quien dijo lo siguiente:
“¿Acaso me contentaré porque se refieran a mi diciendo ‘¡Ahí está Amir al Mu’minin!’, pero no comparta con ellos las vicisitudes de la época, o no sea un ejemplo para ellos en su dura forma de vida?”.
“Por Dios que no he acumulado de este mundo metal precioso alguno, ni he atesorado nada de riquezas, ni me he preocupado ni por un andrajo de mi ropa, ni he hecho posesión de un palmo de su tierra, ni tomado del mismo sino en la medida del sustento diario de una burra estéril”.
La mejor adoración es la humildad absoluta ante Dios. Somos humildes cuando encontramos en nosotros la necesidad de adorarle y extender nuestras manos hacia el cielo durante la súplica. Caemos en un estado de profunda humildad al sentirnos envueltos por su Majestuosidad, Hermosura, Gloria y Poder Divino. Ese sentimiento de humildad es un claro signo de fe y debe extenderse también en nuestras relaciones sociales y en todos los ámbitos de la vida. Para ello debemos erradicar por completo el egoísmo, el orgullo, la vanidad, la soberbia y el deseo exacerbado de éxito.
La humildad fue uno de los atributos morales que definía el carácter del Mensajero de Dios (la paz sea con él y su familia). Por ejemplo, no permitía a nadie caminar tras de él, ni siquiera sus propios guardias ni compañeros. Una vez, mientras caminaba, algunos de sus compañeros le siguieron. Él se dio la vuelta y les dijo: “¿Necesitáis algo?”. Dijeron: “No. Sólo queremos caminar contigo”. Entonces él les reprendió y les ordenó que fueran a sus casas, diciendo:
“¡Volved!… Marchar tras los pasos de los hombres conforma un perjuicio para los corazones de los necios”.
Ser humilde no significa menospreciarse ni ser menos que los demás, pero tampoco se trata de sobreestimar al otro. Sin embargo, la sociedad deshumanizada y deshumanizadora se empeña en convencernos de que ayudar a los más pobres y vivir sin ostentaciones es un signo de debilidad y fracaso. De la misma manera nos inculca la idolatría hacia quienes detentan poder o autoridad. En realidad, estar al servicio de las personas para hacer el bien, no causar sufrimiento alguno debido a nuestras acciones ni creernos más importantes o superiores a nadie representa una virtud ética que nos hace merecedores del Paraíso, porque edifica la sabiduría y la fe, nos acerca a la perfección humana y a Dios.
Hemos llegado al final de este episodio. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!