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La juventud nos hace sentir poderosos, capaces de llevar a cabo grandes proezas físicas. Se reúnen a medir la fuerza de sus músculos y compiten entre sí para saber quién es el más hábil, pero la verdad es que el verdadero poder, la verdadera fortaleza está en el control de los deseos banales y de la ira.
Unos jóvenes musulmanes se encontraban realizando una competencia deportiva con una pesada piedra, probaban a ver quién la arrojaba más lejos y comparaban la fuerza de sus músculos. En ese momento llegó el Mensajero de Dios (la paz y las bendiciones de Dios sean con él y con su bendita familia) y les preguntó qué estaban haciendo. Los jóvenes contestaron: “Estamos en una competencia de atletismo para ver quién de nosotros es más fuerte.” El Mensajero de Dios les dijo: “¿Queréis que os diga quién de vosotros es el más fuerte?” Los jóvenes contestaron: “¡Por supuesto!
¡Qué excelente resulta que el mismo Mensajero de Dios sea el árbitro de nuestra competencia y establezca él mismo quién es el ganador!” La gente se congregó a ver a quién presentaba el Profeta como vencedor, mientras algunos jóvenes aguardaban ansiosos a que el Mensajero de Dios (la paz y las bendiciones de Dios sean con él y con su bendita familia) levante sus manos señalándolos como campeones de aquella competencia.
Entonces el Profeta anunció: “El más fuerte y poderoso de entre vosotros es aquel a quien si le gusta algo y se siente atraído por eso, su deseo no lo saque de los límites establecidos por Dios y la condición humana, mancillándose con lo desagradable; que cuando se enoja y molesta por algo, no pierda su autocontrol y dominio de sí mismo; que no diga sino la verdad y nunca pronuncie una palabra injuriosa o insultante; y si en algún momento obtiene poder e influencia, librándose de los obstáculos e impedimentos para obtener las cosas, que no tome más de lo que le corresponde sin transgredir los límites.