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Descripción

La semana pasada contamos un par de cuentos cuyo tema tenía relación entre si y apostaban a brindarnos una enseñanza sobre la caridad.
Es así que esta semana queremos ser puntuales con un hecho el cual se ha llevado a cabo en tiempos más cercanos a los nuestros, pero cuya realidad nos incita a buscar siempre la relación con aquellos que nos rodean y dar la caridad, como parte de una acción con gran recompensa espiritual, la cual es reflejada en acá.
Es así que vamos directo a esta maravillosa historia.

Transcripción

En el nombre de Dios, hola

Sean bienvenidos y bienvenidas una vez más al programa “El cuento de la semana” el cual nos sumerge en hechos reales, ocurridos en alguna etapa de la historia y los cuales contienen enseñanzas llenas de luz y enseñanzas que iluminan el alma.

La semana pasada contamos un par de cuentos cuyo tema tenía relación entre si y apostaban a brindarnos una enseñanza sobre la caridad.

Es así que esta semana queremos ser puntuales con un hecho el cual se ha llevado a cabo en tiempos más cercanos a los nuestros, pero cuya realidad nos incita a buscar siempre la relación con aquellos que nos rodean y dar la caridad, como parte de una acción con gran recompensa espiritual, la cual es reflejada en acá.

Es así que vamos directo a esta maravillosa historia.

Se cuenta que una noche, Seyyed Yawad Ameli, autor del libro “Miftahul Kavamah”, mientras estaba comía su cena, escuchó que alguien llamaba insistentemente a puerta.

Cuando fue a ver, encontró que era el sirviente de la casa de su maestro, el Sayyed Mahdi Bahrul Ulum, ante tan inesperada visita, este se apresuró a atender a esta persona quien sin esperar mucho le dijo:

“El maestro te pide que te presentes ante él ahora mismo. Tiene la comida preparada y dispuesta en la mesa, pero él no va a comer hasta que te presentes ante él.”

 

 No había lugar para una postergación, así que él sin terminar su cena, se dirigió a la casa de Sayyed Mahdi con celeridad. Cuando llegó, lo encontró con una cara de enojo y él (el maestro) le dijo con cólera:

“¡Oh, Sayyed Yawad! ¿Acaso no tienes temor de Dios? ¿No tienes vergüenza respecto de Él?” Sayyed Yawad se quedó perplejo y le preguntó:

“¿Qué ha pasado?” Dijo con tremendo asombro ya que nunca antes su maestro lo había censurado de esa forma. Se presionó así mismo pensando en cuál pudo haber sido la causa de tal reproche y no le quedó otra opción que preguntarle a su maestro:

“¿Me podría decir oh maestro qué ha sucedido y qué cosa mala ha surgido de mí?” El maestro contestó: “Tu amigo y vecino Fulano y su familia desde hace 7 días que no pueden conseguir ni trigo ni arroz para comer. Durante ese tiempo han pedido fiado a un comerciante que está cerca de tu casa para que les dé unos dátiles, puesto que no tienen otra cosa para comer. Hoy fueron nuevamente a solicitarle fiado, pero el dueño del lugar les reclamó la cuenta de lo pedido anteriormente, ya que la misma estaba sumando demasiado. Entonces él sintió vergüenza de volverle a pedir y regresó a su casa con las manos vacías. Él y su familia esta noche se quedaron sin comer.”

El alumno (Sayyed Yawad) dijo: “¡Por Dios, que yo no tenía conocimiento ni estaba informado de esta situación! Si lo hubiera sabido, habría prestado atención a su situación para satisfacer cuanto antes sus necesidades.”

El maestro replicó: “Todo mi enojo, mi actitud y mi reproche es porque tú te has quedado sin saber del estado de tu vecino, puesto que han ya pasado 7 días sin que te dieras cuenta. Sin embargo, es un hecho que si lo hubieras sabido y no hubieras hecho nada, no te consideraría un musulmán sino un incrédulo.”

El alumno inquirió: “Dígame qué puedo hacer.”

El maestro expresó: “Mi sirviente carga esta bandeja grande con comida. Tanto Tú como él irán juntos hasta la casa de estos tus vecinos, quienes pasan tan desafortunada situación, a lo que continuó; una vez que lleguen a casa de tus vecinos, mi sirviente retornará a casa y tú llamarás a su puerta diciendo que quieres comer con ellos, una vez dentro, toma este dinero y colócalo bajo su alfombra. Pídele disculpas por ser negligente respecto de ellos y luego regresa aquí. Yo me quedaré sentado sin comer hasta que tú vuelvas y me informes lo que sucedió ahí y la situación de este creyente (y su familia).”

El sirviente tomó una bandeja enorme repleta de toda clase de comidas sabrosas y agradables, y junto con Sayyed fueron hasta la casa de ellos. Una vez en el sitio, tal como lo ordenó el maestro, el sirviente retornó y Sayyed llamó a la casa pidiendo permiso para entrar. El dueño al escuchar las disculpas, se sentó para comer.

Tomó un bocado de aquella comida agradable y se dio cuenta de que no había sido cocinada en la casa de Sayyed (pues él era árabe y aquella comida no lo era).

 

 Entonces le dijo: “Esta comida no es árabe. Tú no la traes desde tu casa. Yo no seguiré comiendo hasta que me informes de dónde proviene esta comida.” Al hombre le pareció que la comida venía de la casa de Bahrul Ulum (el maestro), pues él era persa, de la ciudad de Buruyerd (provincia de Lorestan) y la comida tenía gusto de comida persa, no árabe.

Sayyed Yawad insistió en que comiera sin preguntar de dónde provenía, pero el hombre rechazó esto y no aceptó comer diciendo: “Hasta que no me diga de dónde proviene la comida, no voy a comerla.” (Esto como acto de poder tener certeza de la legalidad y procedencia de esa comida) Sin otro remedio, Sayyed Yawad le contó toda la historia y lo que había sucedido. Entonces, el hombre empezó a comer pero dijo sorprendido: “¡Es extraño! Yo no le conté mi problema a nadie, ocultando mi situación a todos mis vecinos cercanos. No sé de dónde Bahtul Ulum supo de mi problema.”

Como vemos hay grados espirituales los cuales en las manos de las personas de Dios, generan bien para los demás y para quien alcanza esos grados, muchas veces capaz de hacerse un cambio entre las personas y las sociedades, que ablande el corazón de las gentes y en cuyo caso en especial, como ya lo mencionamos, el servicio a los demás es un acto de adoración tan elevado que beneficia a muchos de gran manera.

No me despido sin antes agradecer la atención a este breve cuento, rogamos a Dios que les cuida y se protejan pero lo más importante volver a toparnos la próxima semana con un nuevo cuento.

Por favor cuídense y hasta pronto.

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La semana pasada contamos un par de cuentos cuyo tema tenía relación entre si y apostaban a brindarnos una enseñanza sobre la caridad.
Es así que esta semana queremos ser puntuales con un hecho el cual se ha llevado a cabo en tiempos más cercanos a los nuestros, pero cuya realidad nos incita a buscar siempre la relación con aquellos que nos rodean y dar la caridad, como parte de una acción con gran recompensa espiritual, la cual es reflejada en acá.
Es así que vamos directo a esta maravillosa historia.

En el nombre de Dios, hola

Sean bienvenidos y bienvenidas una vez más al programa “El cuento de la semana” el cual nos sumerge en hechos reales, ocurridos en alguna etapa de la historia y los cuales contienen enseñanzas llenas de luz y enseñanzas que iluminan el alma.

La semana pasada contamos un par de cuentos cuyo tema tenía relación entre si y apostaban a brindarnos una enseñanza sobre la caridad.

Es así que esta semana queremos ser puntuales con un hecho el cual se ha llevado a cabo en tiempos más cercanos a los nuestros, pero cuya realidad nos incita a buscar siempre la relación con aquellos que nos rodean y dar la caridad, como parte de una acción con gran recompensa espiritual, la cual es reflejada en acá.

Es así que vamos directo a esta maravillosa historia.

Se cuenta que una noche, Seyyed Yawad Ameli, autor del libro “Miftahul Kavamah”, mientras estaba comía su cena, escuchó que alguien llamaba insistentemente a puerta.

Cuando fue a ver, encontró que era el sirviente de la casa de su maestro, el Sayyed Mahdi Bahrul Ulum, ante tan inesperada visita, este se apresuró a atender a esta persona quien sin esperar mucho le dijo:

“El maestro te pide que te presentes ante él ahora mismo. Tiene la comida preparada y dispuesta en la mesa, pero él no va a comer hasta que te presentes ante él.”

 

 No había lugar para una postergación, así que él sin terminar su cena, se dirigió a la casa de Sayyed Mahdi con celeridad. Cuando llegó, lo encontró con una cara de enojo y él (el maestro) le dijo con cólera:

“¡Oh, Sayyed Yawad! ¿Acaso no tienes temor de Dios? ¿No tienes vergüenza respecto de Él?” Sayyed Yawad se quedó perplejo y le preguntó:

“¿Qué ha pasado?” Dijo con tremendo asombro ya que nunca antes su maestro lo había censurado de esa forma. Se presionó así mismo pensando en cuál pudo haber sido la causa de tal reproche y no le quedó otra opción que preguntarle a su maestro:

“¿Me podría decir oh maestro qué ha sucedido y qué cosa mala ha surgido de mí?” El maestro contestó: “Tu amigo y vecino Fulano y su familia desde hace 7 días que no pueden conseguir ni trigo ni arroz para comer. Durante ese tiempo han pedido fiado a un comerciante que está cerca de tu casa para que les dé unos dátiles, puesto que no tienen otra cosa para comer. Hoy fueron nuevamente a solicitarle fiado, pero el dueño del lugar les reclamó la cuenta de lo pedido anteriormente, ya que la misma estaba sumando demasiado. Entonces él sintió vergüenza de volverle a pedir y regresó a su casa con las manos vacías. Él y su familia esta noche se quedaron sin comer.”

El alumno (Sayyed Yawad) dijo: “¡Por Dios, que yo no tenía conocimiento ni estaba informado de esta situación! Si lo hubiera sabido, habría prestado atención a su situación para satisfacer cuanto antes sus necesidades.”

El maestro replicó: “Todo mi enojo, mi actitud y mi reproche es porque tú te has quedado sin saber del estado de tu vecino, puesto que han ya pasado 7 días sin que te dieras cuenta. Sin embargo, es un hecho que si lo hubieras sabido y no hubieras hecho nada, no te consideraría un musulmán sino un incrédulo.”

El alumno inquirió: “Dígame qué puedo hacer.”

El maestro expresó: “Mi sirviente carga esta bandeja grande con comida. Tanto Tú como él irán juntos hasta la casa de estos tus vecinos, quienes pasan tan desafortunada situación, a lo que continuó; una vez que lleguen a casa de tus vecinos, mi sirviente retornará a casa y tú llamarás a su puerta diciendo que quieres comer con ellos, una vez dentro, toma este dinero y colócalo bajo su alfombra. Pídele disculpas por ser negligente respecto de ellos y luego regresa aquí. Yo me quedaré sentado sin comer hasta que tú vuelvas y me informes lo que sucedió ahí y la situación de este creyente (y su familia).”

El sirviente tomó una bandeja enorme repleta de toda clase de comidas sabrosas y agradables, y junto con Sayyed fueron hasta la casa de ellos. Una vez en el sitio, tal como lo ordenó el maestro, el sirviente retornó y Sayyed llamó a la casa pidiendo permiso para entrar. El dueño al escuchar las disculpas, se sentó para comer.

Tomó un bocado de aquella comida agradable y se dio cuenta de que no había sido cocinada en la casa de Sayyed (pues él era árabe y aquella comida no lo era).

 

 Entonces le dijo: “Esta comida no es árabe. Tú no la traes desde tu casa. Yo no seguiré comiendo hasta que me informes de dónde proviene esta comida.” Al hombre le pareció que la comida venía de la casa de Bahrul Ulum (el maestro), pues él era persa, de la ciudad de Buruyerd (provincia de Lorestan) y la comida tenía gusto de comida persa, no árabe.

Sayyed Yawad insistió en que comiera sin preguntar de dónde provenía, pero el hombre rechazó esto y no aceptó comer diciendo: “Hasta que no me diga de dónde proviene la comida, no voy a comerla.” (Esto como acto de poder tener certeza de la legalidad y procedencia de esa comida) Sin otro remedio, Sayyed Yawad le contó toda la historia y lo que había sucedido. Entonces, el hombre empezó a comer pero dijo sorprendido: “¡Es extraño! Yo no le conté mi problema a nadie, ocultando mi situación a todos mis vecinos cercanos. No sé de dónde Bahtul Ulum supo de mi problema.”

Como vemos hay grados espirituales los cuales en las manos de las personas de Dios, generan bien para los demás y para quien alcanza esos grados, muchas veces capaz de hacerse un cambio entre las personas y las sociedades, que ablande el corazón de las gentes y en cuyo caso en especial, como ya lo mencionamos, el servicio a los demás es un acto de adoración tan elevado que beneficia a muchos de gran manera.

No me despido sin antes agradecer la atención a este breve cuento, rogamos a Dios que les cuida y se protejan pero lo más importante volver a toparnos la próxima semana con un nuevo cuento.

Por favor cuídense y hasta pronto.

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