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Descripción

La embriaguez del alma opaca el conocimiento, el licor de la ignorancia nubla la razón. Hasta el más poderoso y cruel gobernante despreciará la copa de vino que sostiene en su mano al escuchar la sublime poesía de un inmaculado.

Transcripción

Mutawakil, el califa sanguinario y opresor de la época de los abbásidas, tenía miedo de la atención espiritual hacia la gente por parte del Imam Hadi (la paz sea con él) y sufría al saber que los musulmanes estaban preparados para aceptar, de buen gusto, las órdenes del Imam. Además, los murmuradores le habían dicho que, muy probablemente, ‘Ali ibn Muhammad (el Imam Hadi –P–) estuviese preparando una revolución en secreto y que tal vez en su casa se pudiesen encontrar armas o, por lo menos, algunas cartas que pusieran de manifiesto este asunto. Por esa razón, Mutawakil ordenó a sus oficiales y delegados que una noche, sin previo aviso, ingresaran en la casa del Imam, justo cuando todas las personas estuvieran ya dormidas, y así poder inspeccionarla por completo. Luego, ellos debían traer al Imam Hadi ante él, así como todo el material que encontrasen en su propiedad. Mutawakil tomó esta decisión mientras bebía vino y estaba por iniciar una fiesta.
Entonces, sin ningún aviso, los soldados entraron en la casa del Imam. Lo primero que hicieron fue buscar al mismo Imam, a quien encontraron en una habitación, estaba solo, arrodillado sobre una alfombra, donde rezaba y suplicaba a Dios. Ellos entraron a las otras habitaciones, pero no hallaron lo que buscaban, ni armas, ni cartas de presuntas conspiraciones. Así que solamente llevaron al Imam a la presencia de Mutawakil. Cuando el Imam ingresó al lugar donde se llevaba a cabo la celebración, vio cómo el califa bebía vino, sentado en medio de la gente.  
Mutawakil ordenó al Imam que se sentara a su lado. El Imam (la paz sea con él) se sentó. Mutawakil le ofreció la copa de vino que tenía en su mano, pero el Imam la rechazó y dijo: “¡Juro por Dios que nunca entró el vino en mi sangre y mi carne está completamente exenta de eso!” 
El malvado califa se molestó por ese desprecio, pero luego le dijo: “Entonces recita algún poema bello, algún relato o cualquier cosa que levante el clima de esta fiesta”. El Imam se excusó diciendo: “Yo no pertenezco a la gente de la poesía y me acuerdo muy poco de los poemas de los anteriores”. Mutawakil lo amenazó: “No tienes alternativa: debes recitarnos un poema”. El Imam entonces recitó unos versos cuyo contenido era el siguiente:
“Eligieron las cumbres más altas para establecer sus moradas
 y se rodearon de guardianes fuertemente armados.
 Sin embargo, ninguno de ellos pudo evitar la muerte
 ni preservarse del daño del tiempo.
 Así, desde esas altas cumbres y desde esas fortalezas establecidas
 fueron arrojados a las fosas de los sepulcros
 y con desgracia descendieron en sus tumbas.
 En ese momento, un heraldo los llamó a viva voz:
 ‘¿Dónde se fueron todas aquellas guarniciones, coronas y grandezas?
 ¿Dónde se fueron esos rostros delicados 
 que siempre con orgullo y altanería, tras cortinas coloreadas,
 se ocultaban de las miradas de la gente?’
 Finalmente, la tumba los ha degradado (bajándolos de su pedestal)
 y sus cuidados rostros se transformaron en terreno 
 para los gusanos de la tierra que sobre ellos se arrastran.
 Durante un tiempo largo, ellos se devoraron el mundo,
 tomando y tragándose todo cuanto pudieron encontrar.
 Pero hoy día, ellos que antes todo deglutían,
 sólo se alimentan de barro e insectos de la tierra...”

El Imam recitó estas palabras con una voz muy impactante, con una melodía y ritmo muy especial que penetraba hasta las profundidades del alma de todos los presentes. El mismo Mutawakil lo interrumpió dando por culminado el poema. La alegría por la embriaguez del vino desapareció de las cabezas de los bebedores allí presentes. Mutawakil arrojó con fuerza su copa contra el suelo mientras las lágrimas caían de él como una lluvia. De esta manera, dio por terminada la reunión. Así, la luz de la verdad pudo levantar el polvo del orgullo y la negligencia que cubría aquel corazón tan duro, aunque fuese solo por un breve instante nada más...
 

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Transcripción

La embriaguez del alma opaca el conocimiento, el licor de la ignorancia nubla la razón. Hasta el más poderoso y cruel gobernante despreciará la copa de vino que sostiene en su mano al escuchar la sublime poesía de un inmaculado.

Mutawakil, el califa sanguinario y opresor de la época de los abbásidas, tenía miedo de la atención espiritual hacia la gente por parte del Imam Hadi (la paz sea con él) y sufría al saber que los musulmanes estaban preparados para aceptar, de buen gusto, las órdenes del Imam. Además, los murmuradores le habían dicho que, muy probablemente, ‘Ali ibn Muhammad (el Imam Hadi –P–) estuviese preparando una revolución en secreto y que tal vez en su casa se pudiesen encontrar armas o, por lo menos, algunas cartas que pusieran de manifiesto este asunto. Por esa razón, Mutawakil ordenó a sus oficiales y delegados que una noche, sin previo aviso, ingresaran en la casa del Imam, justo cuando todas las personas estuvieran ya dormidas, y así poder inspeccionarla por completo. Luego, ellos debían traer al Imam Hadi ante él, así como todo el material que encontrasen en su propiedad. Mutawakil tomó esta decisión mientras bebía vino y estaba por iniciar una fiesta.
Entonces, sin ningún aviso, los soldados entraron en la casa del Imam. Lo primero que hicieron fue buscar al mismo Imam, a quien encontraron en una habitación, estaba solo, arrodillado sobre una alfombra, donde rezaba y suplicaba a Dios. Ellos entraron a las otras habitaciones, pero no hallaron lo que buscaban, ni armas, ni cartas de presuntas conspiraciones. Así que solamente llevaron al Imam a la presencia de Mutawakil. Cuando el Imam ingresó al lugar donde se llevaba a cabo la celebración, vio cómo el califa bebía vino, sentado en medio de la gente.  
Mutawakil ordenó al Imam que se sentara a su lado. El Imam (la paz sea con él) se sentó. Mutawakil le ofreció la copa de vino que tenía en su mano, pero el Imam la rechazó y dijo: “¡Juro por Dios que nunca entró el vino en mi sangre y mi carne está completamente exenta de eso!” 
El malvado califa se molestó por ese desprecio, pero luego le dijo: “Entonces recita algún poema bello, algún relato o cualquier cosa que levante el clima de esta fiesta”. El Imam se excusó diciendo: “Yo no pertenezco a la gente de la poesía y me acuerdo muy poco de los poemas de los anteriores”. Mutawakil lo amenazó: “No tienes alternativa: debes recitarnos un poema”. El Imam entonces recitó unos versos cuyo contenido era el siguiente:
“Eligieron las cumbres más altas para establecer sus moradas
 y se rodearon de guardianes fuertemente armados.
 Sin embargo, ninguno de ellos pudo evitar la muerte
 ni preservarse del daño del tiempo.
 Así, desde esas altas cumbres y desde esas fortalezas establecidas
 fueron arrojados a las fosas de los sepulcros
 y con desgracia descendieron en sus tumbas.
 En ese momento, un heraldo los llamó a viva voz:
 ‘¿Dónde se fueron todas aquellas guarniciones, coronas y grandezas?
 ¿Dónde se fueron esos rostros delicados 
 que siempre con orgullo y altanería, tras cortinas coloreadas,
 se ocultaban de las miradas de la gente?’
 Finalmente, la tumba los ha degradado (bajándolos de su pedestal)
 y sus cuidados rostros se transformaron en terreno 
 para los gusanos de la tierra que sobre ellos se arrastran.
 Durante un tiempo largo, ellos se devoraron el mundo,
 tomando y tragándose todo cuanto pudieron encontrar.
 Pero hoy día, ellos que antes todo deglutían,
 sólo se alimentan de barro e insectos de la tierra...”

El Imam recitó estas palabras con una voz muy impactante, con una melodía y ritmo muy especial que penetraba hasta las profundidades del alma de todos los presentes. El mismo Mutawakil lo interrumpió dando por culminado el poema. La alegría por la embriaguez del vino desapareció de las cabezas de los bebedores allí presentes. Mutawakil arrojó con fuerza su copa contra el suelo mientras las lágrimas caían de él como una lluvia. De esta manera, dio por terminada la reunión. Así, la luz de la verdad pudo levantar el polvo del orgullo y la negligencia que cubría aquel corazón tan duro, aunque fuese solo por un breve instante nada más...