En un corto lapso de tiempo, fallecieron Abu Talib, el tío del Profeta (P), y Jadiyah, la fiel esposa del Mensajero de Dios (BPD). De esta manera, el Profeta (P) perdió su más fuerte apoyo y defensa fuera de su casa, es decir, Abu Talib, y su mayor apoyo en la intimidad, Jadiyah. El fallecimiento de Abu Talib resultó una gran pérdida para el Profeta (BPD) y le dejó a Quraish las manos libres para molestarlo.
No habían pasado muchos días de estas tristes pérdidas cuando Muhammad (P) fue agredido en la calle con un recipiente lleno de basura que le arrojaron sobre su cabeza. El Mensajero de Dios (P) retornó a su casa con la ropa sucia y su hija, Fátimah (P), corrió a lavarle la cabeza y la cara. El Profeta (P) miró a su amada hija que estaba llorando y le dijo: “¡Querida hija! No llores ni estés triste. Tu padre no está solo: Dios lo va a defender.”
Luego de este acontecimiento, el Profeta (P) salió de la Meca y viajó a Taif con la intención de invitar a seguir el islam entre la tribu de Saghif, que vivía en esa localidad. Taif era una ciudad al sur de la Meca que poseía un buen clima y era un centro de diversión para la gente rica y acaudalada de la Meca. Muhammad (P) no esperaba mucho de aquellas personas, porque eran de un nivel económico elevado y tenían la misma mentalidad que los quraishitas que vivían al lado de la Kaaba. Eran de las clases sociales altas, ricas y poderosas que apoyaban la idolatría (por ser una tradición ancestral y un negocio redituable). Pero el Profeta (P) no se desanimaba fácilmente y estaba preparado para enfrentar las grandes dificultades e intentar atraer el corazón de algunas personas nobles al camino de Dios.
Ingresó en Taif y escuchó las mismas palabras que antes oía de boca de sus enemigos de la Meca. “¿Acaso no había ningún otro en el mundo como para que Dios te escogiera a ti como Su Profeta?”, le cuestionó uno. “Yo he de robarme el manto de la Kaaba si acaso tú eres Profeta de Dios”, se burló otro. “No pensamos escuchar ni una sola de tus palabras”, sentenció un tercero. Y así fue como lo recibieron en Taif, diciéndole muchas otras cosas similares. No sólo no aceptaron la invitación del Profeta (P) sino que, además, por temor a que alguien lo escuche, incitaron a un grupo de chicos y gente inculta y maleducada a que lo molestaran hasta expulsarlo de la ciudad.
Ellos comenzaron a insultarlo fuertemente y a arrojarle piedras, forzándolo a alejarse de la ciudad. Perseguido y herido, el Profeta (P) se refugió en el jardín que era propiedad de un miembro de la clase alta, llamado Otbeh, quien se encontraba por casualidad junto a Sheibah, uno de los nobles de Quraish. Estaban sentados en el jardín y pudieron observar desde lejos aquella escena, alegrándose internamente por la situación. Entonces los viles que lo perseguían regresaron a Taif y el Profeta (P) se sentó a descansar a la sombra de un parral para reponerse. Se hallaba solo. Había llegado hasta allí aferrándose únicamente a Dios y en tal situación comenzó a suplicar a su Señor diciendo:
“¡Oh, Dios! Me quejo ante Ti por mi debilidad, por mi falta de fuerzas, por terminar siendo blanco y burla de la gente. ¡Oh, Dios mío! Ciertamente Tú eres la Suma Misericordia, eres el Dios de los oprimidos, eres mi Dios. ¿Acaso Has de abandonarme, para que los desconocidos se burlen y los enemigos me superen? ¡Oh, Dios! Si acaso estás disconforme conmigo y consideras que me merezco lo que acaba de pasarme, está bien. Pero extiende mi salud (para poder cumplir mi Misión). Me refugio en Tu Luz oculta, la cual hace brillar toda oscuridad, a fin de que se recomponga mi situación en el otro mundo. Si acaso he incurrido en Tu Ira y estás enojado conmigo, entonces me alegra que me lleves a las situaciones donde pueda obtener Tu Complacencia. No hay cambio, modificación ni fuerza en el mundo, salvo aquella que Te pertenece a Ti y llega a través Tuyo.”
A pesar de que Otbeh y Sheibah estaban internamente contentos por la situación que padecía el Profeta (P), debido al respeto formal a los vínculos familiares, mandaron a su sirviente, que era un cristiano llamado Addas, a que le llevara un recipiente de uvas diciéndole: “Lleva estas uvas al hombre que se encuentra allá sentado bajo la sombra de la parra y vuelve pronto”. Addas le llevó la fuente con uvas, las dejó delante del Profeta (P) y le dijo: “Come”. El Mensajero de Dios (P) tomó algunas uvas y antes de ponerlas en su boca dijo la sagrada palabra “Bismillah” (“En el Nombre de Dios”). Hasta aquel día, Addas nunca había escuchado tal palabra, por lo que se sorprendió. Miró al Profeta (P) a sus ojos y le dijo: “Esta frase no es común entre la gente de esta zona”. El Profeta (P) le preguntó: “¿De dónde eres y qué religión tienes?” Addas contestó: “Soy de Nínive y soy cristiano” El Profeta (P) dijo: “¿Nínive: la ciudad del justo siervo de Dios Jonás ibn Mata?” Addas exclamó sorprendido: “¡Qué extraño! Tú aquí, en medio de este pueblo, ¿de dónde conoces el nombre de Jonás ibn Mata? En la misma Nínive cuando yo vivía allí, no se podía encontrar a diez personas que conocieran el nombre del padre de Jonás, Mata.” El Profeta (P) contestó: “Jonás es mi hermano. -Él fue Profeta de Dios igual que yo.”
Otbeh y Sheibah esperaban a que Addas regresara, pero se espantaron al verlo hablando con el Profeta (P). Ellos no querían que nadie tomara contacto con el Mensajero de Dios (P), pues conocían el resultado. De repente, vieron a Addas inclinarse a besar la cabeza del Profeta (P), sus manos y pies, y supieron que él le había creído.