Lista de descargas

MP3 SoundCloud iVoox
Descripción

Barsisa es un beato y piadoso monje que es asediado por el demonio, quien se ha propuesto desviarlo mediante tentaciones y engaños. El malévolo espíritu se hace pasar por un devoto aún más virtuoso que Barsisa y le obsequia una falsa súplica que despierta la avidez de este. Escucha este cuento con atención y entérate de cómo se va complicando la vida de Barsisa hasta quedar envuelto en una vorágine de contradicciones.

Transcripción

¡Hola!. Como ya saben, cada sábado publicamos un cuento nuevo para ustedes en el sitio web FATIMATV.ES y en las redes sociales. Sus comentarios nos han motivado mucho para continuar con este amoroso trabajo y así contarles las mejores historias de la mejor manera posible. Aquí le dejamos el cuento de esta semana, esperamos que sea de gran provecho para todos. Hágannos llegar sus comentarios y opiniones. Gracias por todo.

EL MONJE RENEGADO
Piensa en ti y relaciona esta historia con tu vida. 

Hacía ya muchos años que había ocurrido el advenimiento de Jesús y la humanidad esperaba la llegada de un nuevo profeta. En esa época de vicios y desvaríos, vivía un monje llamado Barsisa que llevaba setenta años enclaustrado en un monasterio. Allí el asceta adoraba a Dios día y noche, sometido a exigentes ayunos. El Diablo, “el privado de toda bondad”, al ver la fe y devoción de este monje cristiano, quiso engañarlo muchas veces, pero ninguna de sus tretas había tenido efecto.
Uno día, el Diablo reunió a los demonios más perversos, así como a muchos de sus descendientes y les dijo: “Enséñenme las mejores artimañas para usar contra Barsisa, ya que hasta ahora he sido incapaz de engañarlo y tentarlo”.
Uno de estos demonios, llamado Abyas, tomó la palabra: “Yo me encargo de este asunto. Déjalo en mis manos”.
El plan de Abyas era hacerse pasar por un monje, así que se vistió con sotana y capucha. Al llegar al monasterio, grito: “!Barsisa, Barsisa!”.
El monje Barsisa lo escuchó, pero no le respondió porque estaba absorto en sus súplicas. Era su costumbre que sólo una hora antes de romper el ayuno dejaba de orar y realizar culto. Sin embargo, el ayuno a veces se extendía hasta cinco o diez días.
Abyas, seguía parado frente al muro del monasterio. Al ver que Barsisa no le contestaba, quiso timarlo. Se arrodilló y, con sus brazos levantados, oraba vehementemente, a la espera de que el monje lo viera en esa actitud de absoluta devoción y se interesara en atenderle. 
En efecto, apenas Barsisa terminó de alabar e implorar a Dios, se asomó por la ventana y vio al desconocido monje sumido en una profunda adoración. Sintió algo de culpa por no haber respondido a su llamado. Entonces le dijo: “!Hermano, acá arriba, saludos! Por favor, acepta mis disculpas. Realizaba la oración justo en el momento que me llamabas. Ahora que he terminado, dime ¿qué quieres de mí?”
Abyas, simulando un exagerado entusiasmo, respondió: “Deseo estar junto a ti y orar en el mismo lugar que tú lo haces. Quiero aprender tu método y forma de proceder, imitar tus atributos morales, aprender un poco de tu ciencia… con tu súplica espero encontrar el buen camino y, por supuesto, yo también suplicaré por ti.”
Barsisa contestó: “Lo siento, estoy siempre muy ocupado. Además, pierde cuidado, mis súplicas son para todos los creyentes y tú, si eres tan piadoso como pareces, estarás incluido en ellas”.
Con estas palabras dejó sin argumentos al perspicaz demonio y se sumió en un retiro que duró cuarenta días. Durante ese tiempo celebró largos ayunos y vehementes súplicas; lloró copiosa y fervorosamente ante la majestuosidad del Creador hasta alcanzar un estado sublime de protección para no incurrir en ningún pecado. Pero la paciencia es uno de los atributos de los demonios. Cuando Barsisa terminó, se asomó nuevamente a la ventana del monasterio y vio cómo ese mismo hombre había permanecido de rodillas y suplicaba a Dios fervorosamente. 
Barsisa se conmovió con esta escena y dijo desde la ventana: “¡Siervo de Dios, sigues allí! Di qué deseas, en qué puedo ayudarte, cuál es el objeto de tus suplicas.”
Contestó: “Solo deseo estar a tu lado, acompañarte en tus súplicas ¡Por favor acéptame!” Después de decir esto se puso a llorar.
Barsisa se conmovió al ver la constancia del desconocido monje y el tamaño de su desconsuelo. De modo que lo invitó a entrar en el monasterio para que lo acompañara en sus oraciones y súplicas. Durante los días que siguieron, el demonio, que era muy astuto e hipócrita, suplicaba y rogaba más que el propio Barsisa, y sus ayunos eran cada vez más largos y severos que los del devoto monje. Aparentaba una absoluta sumisión a Dios.
Barsisa, al ver aquella admirable demostración de fe, pensó: “Su fuerza en la súplica es mucho mayor que la mía, y sus esfuerzos y ánimos durante la adoración son superiores a los míos.”
Después de transcurrido un año, el impostor le dijo a Barsisa: “Lo siento, debo partir, en un principio creí que tú eras un gran sabio, luz y guía espiritual, que tu culto era mayor; pero no ha sido así. He encontrado a otra persona cuyo esfuerzo en la súplica es mucho más grande que el tuyo. Quiero ir a su encuentro y aprender de él”.
Barsisa comprendió perfectamente las razones que escuchó y no pudo hacer nada para evitar que se fuera. Cuando estaban por despedirse, le dijo el demonio: “¡Barsisa! ¿Quieres que te enseñe una súplica mucho más poderosa que todas estas que te he visto realizar? Esta que te digo se fundamenta en los nombres por medio de los cuales Dios Sublime cura a los enfermos y devuelve el intelecto a los insanos mentales.”
Barsisa dijo: “No, no quiero, si la gente se entera de que, por la Gracia de Dios, tengo ese poder, no podré hacer lo que hago. No podré suplicar y ayunar como siempre.”
Pero el demonio Abyas fue insistente: “Créeme, llegará un día en el que lo vas a necesitar.” Fue tanta su persistencia que Barsisa finalmente aceptó aprender la súplica.
Abyas se presentó ante el Diablo y le dijo: “¡Voy a destruir a Barsisa, ya verás cómo me apoderaré de su alma!” Luego fue y mordió el cuello de un hombre. Con aquella venenosa mordida había sembrado un demonio de menor rango en el cuerpo de ese inocente. La desdichada víctima se retorcía y gritaba como si le aquejara un dolor insoportable. Echaba espuma por la boca y sus ojos se habían volteado por completo. 
Después de esto, Abyas adoptó la identidad de un médico y se presentó en la casa de la familia de aquel pobre enajenado: “Este hombre ha perdido la cordura y yo lo voy tratar sin pedir nada a cambio para que mejore lo más pronto posible.”
Uno de los familiares le dijo al falso galeno: “Eres un hombre piadoso y un médico muy sabio. Si logras lo que dices será un noble acto que Dios te recompensará.” 
“No todo está en mis manos”, dijo el demonio Abyas, transfigurado en médico, y agregó: “Para que la curación sea total, voy a remitirlos a un monje sabio llamado Barsisa, que se encuentra en el monasterio que está junto al cementerio, en la colina. Él recita una milagrosa súplica que curará de inmediato a este hombre. ¡Vayan sin temor!”
Respondió otro de los familiares: “Estamos muy agradecidos contigo, ¡no esperemos más! hacia allá vamos de inmediato.”
Horas después, el demente o más bien el poseso y su familia fueron recibidos por Barsisa y el propio Abyas, quien ahora se mostraba nuevamente con el rostro y las ropas de monje. Ambos suplicaron por el enfermo que estaba tirado en el suelo, acalambrado y delirante. Abyas, discretamente, ordenó al demonio que abandonara aquel cuerpo. Apenas el demonio lo liberó, el hombre dejó de gritar y retorcerse, y su mirada volvió a la normalidad. Todos creyeron que la curación había sido a causa de la súplica milagrosa.
La noticia se regó velozmente, los propios demonios habían susurrado sobre este acontecimiento milagroso en los oídos de todos los pobladores. En pocas horas, todos decían que el monje Barsisa era capaz de curar a los locos y a todo aquel que hubiese sido afectado por malos espíritus o por alguna maldición. Decían, convencidos, que por medio de su súplica Dios los curaba sin importar la gravedad del caso.
Al día siguiente, comenzó a llegar gente de lugares cercanos para pedirle ayuda a Barsisa, pero él no contestaba. Pobres y ricos se fueron aglomerando alrededor del monasterio y entre las tumbas del antiguo cementerio. Mientras tanto, Abyas enfermaba con su mordida a hombres, mujeres, ancianos y niños; y luego, bajo la figura de monje o de médico, le decía a los familiares que la curación estaba en manos de Barsisa. Cada día llegaban más y más personas provenientes de lugares remotos.
Aquel lugar estaba plagado de pequeños campamentos improvisados, vagamente iluminados por fogatas y lámparas de aceite rancio. Reinaba un desagradable olor. El humo de fogones y guisos se había mezclado con los mentolados ungüentos que frotaban en el cuerpo de los desgraciados posesos, así que caminar entre esa gente era como atravesar una densa, pegajosa y fétida resina. Fueron noches aterradoras, casi infernales, debido a los escalofriantes quejidos de tantas personas dementes. Eran centenares de seres atormentados, sollozantes, que gruñían sin descanso como bestias. Luego de varios días de espera, 
Barsisa no tuvo más remedio que atender a esa multitud enferma para aliviarlas de su mal. 
Abyas permanecía cerca, y cada vez que el monje hacía la súplica, le ordenaba al demonio que dejara libre a esa persona y esta inmediatamente se aliviaba. El engaño tuvo efecto en la imaginación de aquella masa febril y agónica; pero también en la mente del pobre monje Barsisa, quien en verdad creyó que la súplica era la causa de todas esas curaciones. 
Un día, el demonio Abyas mordió a la hermosa hija de un soberano recientemente fallecido. La familia de la joven pertenecía a los hijos de Israel. Ella y sus tres hermanos habían quedado huérfanos, pero fue el hermano del gobernante muerto, y no el mayor de estos herederos, quien había tomado el poder. Ellos estaban a punto de partir a la guerra cuando la muchacha enloqueció a consecuencia de la maligna mordida. 
El propio demonio, disfrazado esta vez de mercader, le dijo a los hermanos: “!Amigos, saludos! He sabido que su hermana enloqueció. No se preocupen, a pesar de su estado no es algo tan grave. Imagino que ya han escuchado cómo se han sanado otros enfermos en igual o peores condiciones. Deben llevarla a un sabio y piadoso monje cuya súplica tiene el poder de curar a esta dulce y preciosa criatura. Además, pronto abandonarán la ciudad y la niña es vulnerable e indefensa. Deben dejarla con él, el único capaz de protegerla y velar por ella en ausencia de ustedes.”
“¿De quién hablas?”, preguntaron. “Del beato Barsisa, por supuesto, ¿quién otro sino él?”, contestó el impostor. “Pero de ese monje se dice que ya no hace esta súplica y tampoco responde cuando se le llama a la puerta”, replicaron ellos.
El demonio insistió: “Vayan, pidan, lloren. Si no acepta, dejen a la muchacha en la puerta del monasterio y díganle que está obligado a recibirla debido al linaje de ella, que debe curarla y cuidarla hasta que ustedes regresen de la guerra. ¿Saben lo que a ella le pasaría si la dejaran al cuidado de otro? Sería imposible mantener su honor incólume. En cambio, este buen monje es temeroso de Dios y tiene un corazón muy puro. Háganle saber que a partir de ese momento  queda bajo su custodia. No pierdan más tiempo.”
Preocupados por el destino y cuidado de su hermosa hermana, y casi a punto de partir al combate, los tres hermanos fueron hasta el monasterio en busca de Barsisa, pero este no respondió a sus llamados. El hermano mayor dijo en voz alta todo lo que habían acordado con el supuesto mercader, a sabiendas de que Barsisa escucharía. Esperaron unos minutos más y, antes de marcharse, amarraron y vendaron a su hermana para que no se hiciera daño o escapara, dada su condición mental. “!Vamos a la guerra! ... ¡cuida de ella monje, no sabemos cuánto durará o si nos mantendremos con vida!”, gritó el mayor de los hermanos.
Apenas Barsisa terminó de orar se asomó a la ventana y vio a la muchacha tumbada en el suelo, justo frente al monasterio. Ya casi era de noche, así que bajó rápidamente y abrió el portón. Al desatarla y descubrir su rostro pudo ver que se trataba de uno de los seres más hermosos creados por Dios. Estaba pálida y sudorosa, y no gritaba ni convulsionaba como el resto de los enfermos. Ella permanecía callada, algo ausente, solo escudriñaba el vacío como si sus ojos persiguieran algo que flotara frente a ella. 
El monje la alzó entre sus brazos para llevarla adentro. Le dio algo caliente de beber y de inmediato comenzó a recitar su súplica. En ese momento, las mejillas de ella recobraron algo de color, pero fue solo por un instante. La demencia se iba y regresaba. Pasaban los días y esa condición no mejoraba. Justo cuando el extenuado Barsisa estaba a punto de renunciar, la súplica surtió efecto. Al menos eso creyó él. 
En verdad, el demonio que había poseído a aquella virginal muchacha tenía la instrucción de hacerle creer a Barsisa que, gracias a su profunda fe y esfuerzo, había vencido una enfermedad difícil y persistente, De esta manera, ambos se sentirían más unidos; él como bienhechor y ella agradecida de haber sido salvada de la locura.
Ella no mostraba síntomas de la aparente demencia, pero inexplicablemente cayó inconsciente. Fue recobrando lentamente su belleza original, el brillo de su cabello, el color de sus ojos, la luz de su rostro, la suavidad y el afrutado olor de su piel. Era indudable que aquella perfecta hermosura ponía nervioso al monje beato, quien aguardaba impaciente a que los hermanos de esta vinieran a buscarla lo más pronto posible. No soportaba la idea de tener que estar a solas con ella en el monasterio. Era una tentación demasiado grande y temía caer en el pecado de la lujuria.
El maldito Abyas, convertido ahora en diabólico espíritu, susurró a Barsisa en el oído: “En toda tu vida no has visto ni verás a una mujer tan hermosa, no tendrás otra oportunidad como esta ni tampoco ella se entregará a ti voluntariamente cuando recobre completamente la conciencia. Aprovecha este momento que está sin sentido. Ten relaciones con ella, disfruta de su cuerpo todo lo que puedas. Has hecho un gran esfuerzo para salvarla, ahora mereces una recompensa. ¡Tómala, tómala ya, no dudes, apresúrate!”
La pasión y la lujuria, insufladas por el demonio, finalmente doblegaron la voluntad del monje Barsisa. En apenas unos minutos, las palabras del maléfico espíritu pudieron más que todos los años que este devoto creyente le había dedicado al culto. Los largos ayunos y las fervorosas súplicas mediante las cuales demostró sumisión absoluta a Dios, no sirvieron de nada ante la tentación de poseer sexualmente a aquella criatura casi irreal. 
Barsisa consumó el acto sexual. Cada vez que la joven perdía el conocimiento, él yacía con ella. Las primeras ocasiones fueron algo brutales y frenéticas; pero durante los días siguientes, el impío monje estuvo cada vez más sereno y contemplativo, disfrutaba más y más de la bella muchacha, de su olor y suavidad, de la armonía y perfección de su cuerpo. Pero cuando ella despertaba de aquel letargo recurrente, inocente de todo aquello, saludaba con mucha ternura a su custodio, agradecida por sus buenas atenciones y protección. La pobre no tenía idea de la pervertida conducta del monje y de lo que este era capaz de ser. 
Pasaron varias semanas y comenzaron a manifestarse las primeras señales de lo que parecía ser un embarazo. Pronto su vientre comenzó a notarse más henchido y ya no cabía la duda de que la noble joven había quedado preñada de Barsisa. A partir de allí, la joven no volvió a desmayarse, así que él no pudo perpetrar más su fechoría. Pero ella, al descubrir el engaño y tener certeza de su estado, se apoderó de ella una gran ira, deseaba la muerte, gritaba sin parar y suplicaba que sus hermanos vinieran a rescatarla. Barsisa se sentía completamente impotente y miserable. No lograba explicarse cómo había cometido semejante perversidad.
Llegó el día del alumbramiento. Era una noche de centellas y truenos, un viento helado se colaba por las hendijas de los viejos y carcomidos ventanales. Barsisa se vio obligado a atender él mismo el parto. No quería llamar a una comadrona por temor a que todos se enteraran de su pecado y vileza. La joven, por su parte, había pasado todos aquellos meses lamentando con sollozos su desdicha. Pero cuando comprendió que no tenía escapatoria y que probablemente sus hermanos habían muerto en combate, se resignó por completo. Parecía haber enloquecido de verdad, presa en aquel austero y sombrío monasterio. Sin ofrecer resistencia, y con un aspecto muy similar al que tenía cuando el demonio la había poseído, se entregó a su agresor y captor para dar a luz. 
Apenas nació el niño, el demonio se presentó en forma de susurro y le dijo en el oído a Barsisa: “¡Qué has hecho! Todos los monjes sabrán que has cometido este acto abominable. Pero descuida, te voy a enseñar algo para que te libres de este grave problema. Debes deshacerte inmediatamente del bebé, que es la única prueba de tu delito y la razón por la cual cobrarán venganza los hermanos de ella. Mata al niño, cava una fosa y entiérralo en la parte baja de esa montaña.”
Barsisa escuchó aquel susurro y no dudó en asesinar al recién nacido. Luego de este acto abominable lo enterró en el lugar que el demonio le había indicado. Pero nuevamente vino a él Abyas y le susurró esto otro: “Piénsalo bien, si dejas a la madre con vida, ella le contará a sus hermanos lo que le hiciste y que has asesinado a su bebé. Serás encarcelado y ejecutado públicamente. Ve y mátala, sepúltala en la misma fosa que has cavado. Cuando vengan ellos y pregunten dónde está su hermana, di que el diablo la poseyó y la llevó consigo, que fuiste tras ella pero fue imposible salvarla. Ellos creerán tus palabras y no te culparán.”
Barsisa, completamente perturbado por la voz demoniaca que escuchaba en su mente, afirmó: “Sí, eso debo hacer.” Esperó a que la infeliz mujer estuviese dormida y la mató con total frialdad. Luego bajó la colina, cavó otra fosa en las faldas de la montaña y la enterró. El demonio espero a que Barsisa entrara al monasterio, tomó una parte del vestido de la joven y lo jaló hacia fuera de la fosa, de manera que cualquiera pudiese verlo desde cierta distancia. 
Pasaron algunas semanas y los tres hermanos regresaron sanos y salvos de la guerra. Barsisa se enteró de la noticia y se puso muy nervioso. Sabía que ellos no tardarían en ir al monasterio para reclamar a su hermana. Quiso huir, pero confió en que su plan era perfecto. A los días, se presentaron los hermanos en el monasterio. Como Barsisa ya no ayunaba ni suplicaba, abrió el portón apenas los oyó llegar y, antes de que estos preguntaran, les dijo: “Señores, agradezco a Dios que los haya traído de vuelta con vida. Lamentablemente su hermana nunca recobró la cordura y fue raptada por un demonio. Hice todo lo posible por evitarlo, pero ella estaba completamente dominada por él y desapareció.”
Los hermanos quedaron impactados por esa noticia, esperaban ansiosamente ver a su hermana y abrazarla después de tanto tiempo lejos de ella. Sin embargo, le creyeron al corrompido Barsisa por su fama de hombre sabio y beato.
Esa misma noche, el astuto Abyas se presentó en el sueño del hermano mayor y le dijo: “¿Cómo pudiste creerle al monje? ¿Acaso no sabes lo que hizo con tu hermana? Abusó de ella, la embarazó y luego la asesinó junto con su bebé. Ambos están enterrados en las faldas de la montaña, cerca del monasterio. Ve y encuentra las fosas donde yacen”.
Cuando el hermano mayor despertó, no le dio mucho crédito a lo que había soñado, pensó que se trataba de una pesadilla, un mal sueño provocado por algún espíritu. 
A la siguiente noche, Abyas se presentó en el sueño del segundo hermano y le indujo este mismo pensamiento. Lo mismo hizo con el hermano menor durante la tercera noche. Al cuarto día acordaron reunirse. El más pequeño contó sobre el sueño que había tenido. El segundo hermano dijo que había soñado exactamente lo mismo. Ante estas incompresibles coincidencias, el mayor dedujo que se trataba de una señal o revelación. Entonces fueron nuevamente a ver a Barsisa y le preguntaron: ¡Di la verdad! ¿Qué es lo que ocultas? ¿Dónde está nuestra hermana?”
Pero Barsisa, con absoluto sosiego, contestó: “Ya les he dicho. El demonio se la llevó. Lo lamento mucho hijos míos.” El monje fue muy convincente y seguro al hablar, de modo que ellos sintieron vergüenza por haber desconfiado de un hombre tan santo. Trataron de justificar su confusión explicándole que habían tenido un extraño sueño y que por eso decidieron venir a preguntar nuevamente. Pidieron disculpas y se fueron.
Al día siguiente, por la noche, el demonio susurró en el oído de los hermanos: “Vayan al pie de la montaña, cerca del monasterio. Su hermana fue asesinada y enterrada allí junto a su bebé. El lugar está señalado, una parte de su vestido quedó sin enterrar. Solo deben prestar atención.”
Apenas amaneció, fueron a toda prisa hacia ese lugar. Encontraron la fosa sin mucha dificultad, y al escavar constataron que aquellos sueños habían sido ciertos. Desenterraron a su hermana y subieron al monasterio para apresar a Barsisa. Se lo llevaron maniatado y a empujones hasta la plaza principal de la ciudad. Todo el pueblo se acercó para conocer lo que pasaba y vieron al santón Barsisa a punto de ser ahorcado. La gente no podía dar crédito a las graves acusaciones que se le imputaban. Un hombre tan sabio, temeroso de Dios, con un carácter moral sublime y noble, convertido ahora en un delincuente atroz, violador y asesino.
Ante esa escena, el Diablo le dijo a Abyas: “Aún no has logrado vencerlo. Si lo ahorcan será el castigo de su pecado y obtendrá la salvación en la Otra Vida.” Abyas dijo: “Tienes razón, me voy y termino de una vez con él.”
Abyas se presentó ante Barsisa, esta vez en su forma demoniaca, visible solo para el monje, y le preguntó: “¡Barsisa! ¿Me reconoces? Soy el monje que te enseñó la súplica milagrosa, pero también el que te ha susurrado al oído. ¡Pobre de ti! ¡Qué fue lo que hiciste después de mi partida! Manchaste tu honor y el honor de todos los monjes del mundo. Pero no pierdas la fe. Voy a recitar una súplica con la que podrás librarte de esta situación y salir física y moralmente ileso de esta terrible situación.” 
Barsisa dijo: “Sí por favor, te suplico que me ayudes, no me dejes morir, solo dime qué debo hacer o decir.”
Abyas le dijo al extraviado Barsisa: “Prostérnate ante mí y di que ya no eres creyente para que todos te oigan. Mientras haces eso, recitaré una súplica que cegará a toda esta multitud y conquistará sus corazones. Así podrás huir sin que te vean. Ellos jamás recordarán lo sucedido, podrás regresar a tu monasterio y comenzar una nueva vida. Así de fácil será todo. Eso sí, recuerda, cuando estés a salvo, debes arrepentirte ante Dios.” 
Barsisa, aturdido y desesperado por los gritos de la gente, vencido por el miedo de morir a manos de esa turba, en vez de refugiarse en Dios se prosternó ante uno de los descendientes del Diablo y se convirtió en un renegado. 
No había terminado de declararse un incrédulo ante el demonio Abyas, cuando este le dijo: “No me hago responsable de tus actos, estás solo y por tu cuenta, yo temo a Dios. Apártate de mí.” Los tres hermanos tomaron al apóstata y lo colgaron del cuello. La gente no paraba de lanzarle piedras, hasta que finalmente le sobrevino la muerte.
«Su ejemplo es semejante a cuando Satanás dijo al ser humano: “¡No creas!” y cuando descree, dice: “En verdad, me aparto de ti. En verdad, yo temo a Dios, Señor del Universo.”» (Sagrado Corán, capítulo, 59, El destierro, versículo 16).

El sitio web de FatimaTV está licenciado bajo una Licencia
Internacional de Creative Commons Attribution 4.0.

Fatima TV

Fatima TV

Descripción

Transcripción

Barsisa es un beato y piadoso monje que es asediado por el demonio, quien se ha propuesto desviarlo mediante tentaciones y engaños. El malévolo espíritu se hace pasar por un devoto aún más virtuoso que Barsisa y le obsequia una falsa súplica que despierta la avidez de este. Escucha este cuento con atención y entérate de cómo se va complicando la vida de Barsisa hasta quedar envuelto en una vorágine de contradicciones.

¡Hola!. Como ya saben, cada sábado publicamos un cuento nuevo para ustedes en el sitio web FATIMATV.ES y en las redes sociales. Sus comentarios nos han motivado mucho para continuar con este amoroso trabajo y así contarles las mejores historias de la mejor manera posible. Aquí le dejamos el cuento de esta semana, esperamos que sea de gran provecho para todos. Hágannos llegar sus comentarios y opiniones. Gracias por todo.

EL MONJE RENEGADO
Piensa en ti y relaciona esta historia con tu vida. 

Hacía ya muchos años que había ocurrido el advenimiento de Jesús y la humanidad esperaba la llegada de un nuevo profeta. En esa época de vicios y desvaríos, vivía un monje llamado Barsisa que llevaba setenta años enclaustrado en un monasterio. Allí el asceta adoraba a Dios día y noche, sometido a exigentes ayunos. El Diablo, “el privado de toda bondad”, al ver la fe y devoción de este monje cristiano, quiso engañarlo muchas veces, pero ninguna de sus tretas había tenido efecto.
Uno día, el Diablo reunió a los demonios más perversos, así como a muchos de sus descendientes y les dijo: “Enséñenme las mejores artimañas para usar contra Barsisa, ya que hasta ahora he sido incapaz de engañarlo y tentarlo”.
Uno de estos demonios, llamado Abyas, tomó la palabra: “Yo me encargo de este asunto. Déjalo en mis manos”.
El plan de Abyas era hacerse pasar por un monje, así que se vistió con sotana y capucha. Al llegar al monasterio, grito: “!Barsisa, Barsisa!”.
El monje Barsisa lo escuchó, pero no le respondió porque estaba absorto en sus súplicas. Era su costumbre que sólo una hora antes de romper el ayuno dejaba de orar y realizar culto. Sin embargo, el ayuno a veces se extendía hasta cinco o diez días.
Abyas, seguía parado frente al muro del monasterio. Al ver que Barsisa no le contestaba, quiso timarlo. Se arrodilló y, con sus brazos levantados, oraba vehementemente, a la espera de que el monje lo viera en esa actitud de absoluta devoción y se interesara en atenderle. 
En efecto, apenas Barsisa terminó de alabar e implorar a Dios, se asomó por la ventana y vio al desconocido monje sumido en una profunda adoración. Sintió algo de culpa por no haber respondido a su llamado. Entonces le dijo: “!Hermano, acá arriba, saludos! Por favor, acepta mis disculpas. Realizaba la oración justo en el momento que me llamabas. Ahora que he terminado, dime ¿qué quieres de mí?”
Abyas, simulando un exagerado entusiasmo, respondió: “Deseo estar junto a ti y orar en el mismo lugar que tú lo haces. Quiero aprender tu método y forma de proceder, imitar tus atributos morales, aprender un poco de tu ciencia… con tu súplica espero encontrar el buen camino y, por supuesto, yo también suplicaré por ti.”
Barsisa contestó: “Lo siento, estoy siempre muy ocupado. Además, pierde cuidado, mis súplicas son para todos los creyentes y tú, si eres tan piadoso como pareces, estarás incluido en ellas”.
Con estas palabras dejó sin argumentos al perspicaz demonio y se sumió en un retiro que duró cuarenta días. Durante ese tiempo celebró largos ayunos y vehementes súplicas; lloró copiosa y fervorosamente ante la majestuosidad del Creador hasta alcanzar un estado sublime de protección para no incurrir en ningún pecado. Pero la paciencia es uno de los atributos de los demonios. Cuando Barsisa terminó, se asomó nuevamente a la ventana del monasterio y vio cómo ese mismo hombre había permanecido de rodillas y suplicaba a Dios fervorosamente. 
Barsisa se conmovió con esta escena y dijo desde la ventana: “¡Siervo de Dios, sigues allí! Di qué deseas, en qué puedo ayudarte, cuál es el objeto de tus suplicas.”
Contestó: “Solo deseo estar a tu lado, acompañarte en tus súplicas ¡Por favor acéptame!” Después de decir esto se puso a llorar.
Barsisa se conmovió al ver la constancia del desconocido monje y el tamaño de su desconsuelo. De modo que lo invitó a entrar en el monasterio para que lo acompañara en sus oraciones y súplicas. Durante los días que siguieron, el demonio, que era muy astuto e hipócrita, suplicaba y rogaba más que el propio Barsisa, y sus ayunos eran cada vez más largos y severos que los del devoto monje. Aparentaba una absoluta sumisión a Dios.
Barsisa, al ver aquella admirable demostración de fe, pensó: “Su fuerza en la súplica es mucho mayor que la mía, y sus esfuerzos y ánimos durante la adoración son superiores a los míos.”
Después de transcurrido un año, el impostor le dijo a Barsisa: “Lo siento, debo partir, en un principio creí que tú eras un gran sabio, luz y guía espiritual, que tu culto era mayor; pero no ha sido así. He encontrado a otra persona cuyo esfuerzo en la súplica es mucho más grande que el tuyo. Quiero ir a su encuentro y aprender de él”.
Barsisa comprendió perfectamente las razones que escuchó y no pudo hacer nada para evitar que se fuera. Cuando estaban por despedirse, le dijo el demonio: “¡Barsisa! ¿Quieres que te enseñe una súplica mucho más poderosa que todas estas que te he visto realizar? Esta que te digo se fundamenta en los nombres por medio de los cuales Dios Sublime cura a los enfermos y devuelve el intelecto a los insanos mentales.”
Barsisa dijo: “No, no quiero, si la gente se entera de que, por la Gracia de Dios, tengo ese poder, no podré hacer lo que hago. No podré suplicar y ayunar como siempre.”
Pero el demonio Abyas fue insistente: “Créeme, llegará un día en el que lo vas a necesitar.” Fue tanta su persistencia que Barsisa finalmente aceptó aprender la súplica.
Abyas se presentó ante el Diablo y le dijo: “¡Voy a destruir a Barsisa, ya verás cómo me apoderaré de su alma!” Luego fue y mordió el cuello de un hombre. Con aquella venenosa mordida había sembrado un demonio de menor rango en el cuerpo de ese inocente. La desdichada víctima se retorcía y gritaba como si le aquejara un dolor insoportable. Echaba espuma por la boca y sus ojos se habían volteado por completo. 
Después de esto, Abyas adoptó la identidad de un médico y se presentó en la casa de la familia de aquel pobre enajenado: “Este hombre ha perdido la cordura y yo lo voy tratar sin pedir nada a cambio para que mejore lo más pronto posible.”
Uno de los familiares le dijo al falso galeno: “Eres un hombre piadoso y un médico muy sabio. Si logras lo que dices será un noble acto que Dios te recompensará.” 
“No todo está en mis manos”, dijo el demonio Abyas, transfigurado en médico, y agregó: “Para que la curación sea total, voy a remitirlos a un monje sabio llamado Barsisa, que se encuentra en el monasterio que está junto al cementerio, en la colina. Él recita una milagrosa súplica que curará de inmediato a este hombre. ¡Vayan sin temor!”
Respondió otro de los familiares: “Estamos muy agradecidos contigo, ¡no esperemos más! hacia allá vamos de inmediato.”
Horas después, el demente o más bien el poseso y su familia fueron recibidos por Barsisa y el propio Abyas, quien ahora se mostraba nuevamente con el rostro y las ropas de monje. Ambos suplicaron por el enfermo que estaba tirado en el suelo, acalambrado y delirante. Abyas, discretamente, ordenó al demonio que abandonara aquel cuerpo. Apenas el demonio lo liberó, el hombre dejó de gritar y retorcerse, y su mirada volvió a la normalidad. Todos creyeron que la curación había sido a causa de la súplica milagrosa.
La noticia se regó velozmente, los propios demonios habían susurrado sobre este acontecimiento milagroso en los oídos de todos los pobladores. En pocas horas, todos decían que el monje Barsisa era capaz de curar a los locos y a todo aquel que hubiese sido afectado por malos espíritus o por alguna maldición. Decían, convencidos, que por medio de su súplica Dios los curaba sin importar la gravedad del caso.
Al día siguiente, comenzó a llegar gente de lugares cercanos para pedirle ayuda a Barsisa, pero él no contestaba. Pobres y ricos se fueron aglomerando alrededor del monasterio y entre las tumbas del antiguo cementerio. Mientras tanto, Abyas enfermaba con su mordida a hombres, mujeres, ancianos y niños; y luego, bajo la figura de monje o de médico, le decía a los familiares que la curación estaba en manos de Barsisa. Cada día llegaban más y más personas provenientes de lugares remotos.
Aquel lugar estaba plagado de pequeños campamentos improvisados, vagamente iluminados por fogatas y lámparas de aceite rancio. Reinaba un desagradable olor. El humo de fogones y guisos se había mezclado con los mentolados ungüentos que frotaban en el cuerpo de los desgraciados posesos, así que caminar entre esa gente era como atravesar una densa, pegajosa y fétida resina. Fueron noches aterradoras, casi infernales, debido a los escalofriantes quejidos de tantas personas dementes. Eran centenares de seres atormentados, sollozantes, que gruñían sin descanso como bestias. Luego de varios días de espera, 
Barsisa no tuvo más remedio que atender a esa multitud enferma para aliviarlas de su mal. 
Abyas permanecía cerca, y cada vez que el monje hacía la súplica, le ordenaba al demonio que dejara libre a esa persona y esta inmediatamente se aliviaba. El engaño tuvo efecto en la imaginación de aquella masa febril y agónica; pero también en la mente del pobre monje Barsisa, quien en verdad creyó que la súplica era la causa de todas esas curaciones. 
Un día, el demonio Abyas mordió a la hermosa hija de un soberano recientemente fallecido. La familia de la joven pertenecía a los hijos de Israel. Ella y sus tres hermanos habían quedado huérfanos, pero fue el hermano del gobernante muerto, y no el mayor de estos herederos, quien había tomado el poder. Ellos estaban a punto de partir a la guerra cuando la muchacha enloqueció a consecuencia de la maligna mordida. 
El propio demonio, disfrazado esta vez de mercader, le dijo a los hermanos: “!Amigos, saludos! He sabido que su hermana enloqueció. No se preocupen, a pesar de su estado no es algo tan grave. Imagino que ya han escuchado cómo se han sanado otros enfermos en igual o peores condiciones. Deben llevarla a un sabio y piadoso monje cuya súplica tiene el poder de curar a esta dulce y preciosa criatura. Además, pronto abandonarán la ciudad y la niña es vulnerable e indefensa. Deben dejarla con él, el único capaz de protegerla y velar por ella en ausencia de ustedes.”
“¿De quién hablas?”, preguntaron. “Del beato Barsisa, por supuesto, ¿quién otro sino él?”, contestó el impostor. “Pero de ese monje se dice que ya no hace esta súplica y tampoco responde cuando se le llama a la puerta”, replicaron ellos.
El demonio insistió: “Vayan, pidan, lloren. Si no acepta, dejen a la muchacha en la puerta del monasterio y díganle que está obligado a recibirla debido al linaje de ella, que debe curarla y cuidarla hasta que ustedes regresen de la guerra. ¿Saben lo que a ella le pasaría si la dejaran al cuidado de otro? Sería imposible mantener su honor incólume. En cambio, este buen monje es temeroso de Dios y tiene un corazón muy puro. Háganle saber que a partir de ese momento  queda bajo su custodia. No pierdan más tiempo.”
Preocupados por el destino y cuidado de su hermosa hermana, y casi a punto de partir al combate, los tres hermanos fueron hasta el monasterio en busca de Barsisa, pero este no respondió a sus llamados. El hermano mayor dijo en voz alta todo lo que habían acordado con el supuesto mercader, a sabiendas de que Barsisa escucharía. Esperaron unos minutos más y, antes de marcharse, amarraron y vendaron a su hermana para que no se hiciera daño o escapara, dada su condición mental. “!Vamos a la guerra! ... ¡cuida de ella monje, no sabemos cuánto durará o si nos mantendremos con vida!”, gritó el mayor de los hermanos.
Apenas Barsisa terminó de orar se asomó a la ventana y vio a la muchacha tumbada en el suelo, justo frente al monasterio. Ya casi era de noche, así que bajó rápidamente y abrió el portón. Al desatarla y descubrir su rostro pudo ver que se trataba de uno de los seres más hermosos creados por Dios. Estaba pálida y sudorosa, y no gritaba ni convulsionaba como el resto de los enfermos. Ella permanecía callada, algo ausente, solo escudriñaba el vacío como si sus ojos persiguieran algo que flotara frente a ella. 
El monje la alzó entre sus brazos para llevarla adentro. Le dio algo caliente de beber y de inmediato comenzó a recitar su súplica. En ese momento, las mejillas de ella recobraron algo de color, pero fue solo por un instante. La demencia se iba y regresaba. Pasaban los días y esa condición no mejoraba. Justo cuando el extenuado Barsisa estaba a punto de renunciar, la súplica surtió efecto. Al menos eso creyó él. 
En verdad, el demonio que había poseído a aquella virginal muchacha tenía la instrucción de hacerle creer a Barsisa que, gracias a su profunda fe y esfuerzo, había vencido una enfermedad difícil y persistente, De esta manera, ambos se sentirían más unidos; él como bienhechor y ella agradecida de haber sido salvada de la locura.
Ella no mostraba síntomas de la aparente demencia, pero inexplicablemente cayó inconsciente. Fue recobrando lentamente su belleza original, el brillo de su cabello, el color de sus ojos, la luz de su rostro, la suavidad y el afrutado olor de su piel. Era indudable que aquella perfecta hermosura ponía nervioso al monje beato, quien aguardaba impaciente a que los hermanos de esta vinieran a buscarla lo más pronto posible. No soportaba la idea de tener que estar a solas con ella en el monasterio. Era una tentación demasiado grande y temía caer en el pecado de la lujuria.
El maldito Abyas, convertido ahora en diabólico espíritu, susurró a Barsisa en el oído: “En toda tu vida no has visto ni verás a una mujer tan hermosa, no tendrás otra oportunidad como esta ni tampoco ella se entregará a ti voluntariamente cuando recobre completamente la conciencia. Aprovecha este momento que está sin sentido. Ten relaciones con ella, disfruta de su cuerpo todo lo que puedas. Has hecho un gran esfuerzo para salvarla, ahora mereces una recompensa. ¡Tómala, tómala ya, no dudes, apresúrate!”
La pasión y la lujuria, insufladas por el demonio, finalmente doblegaron la voluntad del monje Barsisa. En apenas unos minutos, las palabras del maléfico espíritu pudieron más que todos los años que este devoto creyente le había dedicado al culto. Los largos ayunos y las fervorosas súplicas mediante las cuales demostró sumisión absoluta a Dios, no sirvieron de nada ante la tentación de poseer sexualmente a aquella criatura casi irreal. 
Barsisa consumó el acto sexual. Cada vez que la joven perdía el conocimiento, él yacía con ella. Las primeras ocasiones fueron algo brutales y frenéticas; pero durante los días siguientes, el impío monje estuvo cada vez más sereno y contemplativo, disfrutaba más y más de la bella muchacha, de su olor y suavidad, de la armonía y perfección de su cuerpo. Pero cuando ella despertaba de aquel letargo recurrente, inocente de todo aquello, saludaba con mucha ternura a su custodio, agradecida por sus buenas atenciones y protección. La pobre no tenía idea de la pervertida conducta del monje y de lo que este era capaz de ser. 
Pasaron varias semanas y comenzaron a manifestarse las primeras señales de lo que parecía ser un embarazo. Pronto su vientre comenzó a notarse más henchido y ya no cabía la duda de que la noble joven había quedado preñada de Barsisa. A partir de allí, la joven no volvió a desmayarse, así que él no pudo perpetrar más su fechoría. Pero ella, al descubrir el engaño y tener certeza de su estado, se apoderó de ella una gran ira, deseaba la muerte, gritaba sin parar y suplicaba que sus hermanos vinieran a rescatarla. Barsisa se sentía completamente impotente y miserable. No lograba explicarse cómo había cometido semejante perversidad.
Llegó el día del alumbramiento. Era una noche de centellas y truenos, un viento helado se colaba por las hendijas de los viejos y carcomidos ventanales. Barsisa se vio obligado a atender él mismo el parto. No quería llamar a una comadrona por temor a que todos se enteraran de su pecado y vileza. La joven, por su parte, había pasado todos aquellos meses lamentando con sollozos su desdicha. Pero cuando comprendió que no tenía escapatoria y que probablemente sus hermanos habían muerto en combate, se resignó por completo. Parecía haber enloquecido de verdad, presa en aquel austero y sombrío monasterio. Sin ofrecer resistencia, y con un aspecto muy similar al que tenía cuando el demonio la había poseído, se entregó a su agresor y captor para dar a luz. 
Apenas nació el niño, el demonio se presentó en forma de susurro y le dijo en el oído a Barsisa: “¡Qué has hecho! Todos los monjes sabrán que has cometido este acto abominable. Pero descuida, te voy a enseñar algo para que te libres de este grave problema. Debes deshacerte inmediatamente del bebé, que es la única prueba de tu delito y la razón por la cual cobrarán venganza los hermanos de ella. Mata al niño, cava una fosa y entiérralo en la parte baja de esa montaña.”
Barsisa escuchó aquel susurro y no dudó en asesinar al recién nacido. Luego de este acto abominable lo enterró en el lugar que el demonio le había indicado. Pero nuevamente vino a él Abyas y le susurró esto otro: “Piénsalo bien, si dejas a la madre con vida, ella le contará a sus hermanos lo que le hiciste y que has asesinado a su bebé. Serás encarcelado y ejecutado públicamente. Ve y mátala, sepúltala en la misma fosa que has cavado. Cuando vengan ellos y pregunten dónde está su hermana, di que el diablo la poseyó y la llevó consigo, que fuiste tras ella pero fue imposible salvarla. Ellos creerán tus palabras y no te culparán.”
Barsisa, completamente perturbado por la voz demoniaca que escuchaba en su mente, afirmó: “Sí, eso debo hacer.” Esperó a que la infeliz mujer estuviese dormida y la mató con total frialdad. Luego bajó la colina, cavó otra fosa en las faldas de la montaña y la enterró. El demonio espero a que Barsisa entrara al monasterio, tomó una parte del vestido de la joven y lo jaló hacia fuera de la fosa, de manera que cualquiera pudiese verlo desde cierta distancia. 
Pasaron algunas semanas y los tres hermanos regresaron sanos y salvos de la guerra. Barsisa se enteró de la noticia y se puso muy nervioso. Sabía que ellos no tardarían en ir al monasterio para reclamar a su hermana. Quiso huir, pero confió en que su plan era perfecto. A los días, se presentaron los hermanos en el monasterio. Como Barsisa ya no ayunaba ni suplicaba, abrió el portón apenas los oyó llegar y, antes de que estos preguntaran, les dijo: “Señores, agradezco a Dios que los haya traído de vuelta con vida. Lamentablemente su hermana nunca recobró la cordura y fue raptada por un demonio. Hice todo lo posible por evitarlo, pero ella estaba completamente dominada por él y desapareció.”
Los hermanos quedaron impactados por esa noticia, esperaban ansiosamente ver a su hermana y abrazarla después de tanto tiempo lejos de ella. Sin embargo, le creyeron al corrompido Barsisa por su fama de hombre sabio y beato.
Esa misma noche, el astuto Abyas se presentó en el sueño del hermano mayor y le dijo: “¿Cómo pudiste creerle al monje? ¿Acaso no sabes lo que hizo con tu hermana? Abusó de ella, la embarazó y luego la asesinó junto con su bebé. Ambos están enterrados en las faldas de la montaña, cerca del monasterio. Ve y encuentra las fosas donde yacen”.
Cuando el hermano mayor despertó, no le dio mucho crédito a lo que había soñado, pensó que se trataba de una pesadilla, un mal sueño provocado por algún espíritu. 
A la siguiente noche, Abyas se presentó en el sueño del segundo hermano y le indujo este mismo pensamiento. Lo mismo hizo con el hermano menor durante la tercera noche. Al cuarto día acordaron reunirse. El más pequeño contó sobre el sueño que había tenido. El segundo hermano dijo que había soñado exactamente lo mismo. Ante estas incompresibles coincidencias, el mayor dedujo que se trataba de una señal o revelación. Entonces fueron nuevamente a ver a Barsisa y le preguntaron: ¡Di la verdad! ¿Qué es lo que ocultas? ¿Dónde está nuestra hermana?”
Pero Barsisa, con absoluto sosiego, contestó: “Ya les he dicho. El demonio se la llevó. Lo lamento mucho hijos míos.” El monje fue muy convincente y seguro al hablar, de modo que ellos sintieron vergüenza por haber desconfiado de un hombre tan santo. Trataron de justificar su confusión explicándole que habían tenido un extraño sueño y que por eso decidieron venir a preguntar nuevamente. Pidieron disculpas y se fueron.
Al día siguiente, por la noche, el demonio susurró en el oído de los hermanos: “Vayan al pie de la montaña, cerca del monasterio. Su hermana fue asesinada y enterrada allí junto a su bebé. El lugar está señalado, una parte de su vestido quedó sin enterrar. Solo deben prestar atención.”
Apenas amaneció, fueron a toda prisa hacia ese lugar. Encontraron la fosa sin mucha dificultad, y al escavar constataron que aquellos sueños habían sido ciertos. Desenterraron a su hermana y subieron al monasterio para apresar a Barsisa. Se lo llevaron maniatado y a empujones hasta la plaza principal de la ciudad. Todo el pueblo se acercó para conocer lo que pasaba y vieron al santón Barsisa a punto de ser ahorcado. La gente no podía dar crédito a las graves acusaciones que se le imputaban. Un hombre tan sabio, temeroso de Dios, con un carácter moral sublime y noble, convertido ahora en un delincuente atroz, violador y asesino.
Ante esa escena, el Diablo le dijo a Abyas: “Aún no has logrado vencerlo. Si lo ahorcan será el castigo de su pecado y obtendrá la salvación en la Otra Vida.” Abyas dijo: “Tienes razón, me voy y termino de una vez con él.”
Abyas se presentó ante Barsisa, esta vez en su forma demoniaca, visible solo para el monje, y le preguntó: “¡Barsisa! ¿Me reconoces? Soy el monje que te enseñó la súplica milagrosa, pero también el que te ha susurrado al oído. ¡Pobre de ti! ¡Qué fue lo que hiciste después de mi partida! Manchaste tu honor y el honor de todos los monjes del mundo. Pero no pierdas la fe. Voy a recitar una súplica con la que podrás librarte de esta situación y salir física y moralmente ileso de esta terrible situación.” 
Barsisa dijo: “Sí por favor, te suplico que me ayudes, no me dejes morir, solo dime qué debo hacer o decir.”
Abyas le dijo al extraviado Barsisa: “Prostérnate ante mí y di que ya no eres creyente para que todos te oigan. Mientras haces eso, recitaré una súplica que cegará a toda esta multitud y conquistará sus corazones. Así podrás huir sin que te vean. Ellos jamás recordarán lo sucedido, podrás regresar a tu monasterio y comenzar una nueva vida. Así de fácil será todo. Eso sí, recuerda, cuando estés a salvo, debes arrepentirte ante Dios.” 
Barsisa, aturdido y desesperado por los gritos de la gente, vencido por el miedo de morir a manos de esa turba, en vez de refugiarse en Dios se prosternó ante uno de los descendientes del Diablo y se convirtió en un renegado. 
No había terminado de declararse un incrédulo ante el demonio Abyas, cuando este le dijo: “No me hago responsable de tus actos, estás solo y por tu cuenta, yo temo a Dios. Apártate de mí.” Los tres hermanos tomaron al apóstata y lo colgaron del cuello. La gente no paraba de lanzarle piedras, hasta que finalmente le sobrevino la muerte.
«Su ejemplo es semejante a cuando Satanás dijo al ser humano: “¡No creas!” y cuando descree, dice: “En verdad, me aparto de ti. En verdad, yo temo a Dios, Señor del Universo.”» (Sagrado Corán, capítulo, 59, El destierro, versículo 16).