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Asumir el anonimato durante la realización de una buena acción es una virtud alcanzada solo por espíritus muy elevados. Pero hacerlo de manera oculta aprovechando la penumbra de la noche demuestra, sin duda alguna, que se trata de alguien que carece por completo de arrogancia, soberbia o vanidad.

Transcripción

Hola, hoy queremos compartir contigo este nuevo episodio que hemos titulado: El hombre del costal.

Asumir el anonimato durante la realización de una buena acción es una virtud alcanzada solo por espíritus muy elevados. Pero hacerlo de manera oculta aprovechando la penumbra de la noche demuestra, sin duda alguna, que se trata de alguien que carece por completo de arrogancia, soberbia o vanidad.

El Imam Kadzim (la paz sea con él), por ejemplo, solía salir en medio de la oscuridad para llevar bolsas de dinero a los más pobres. Los colmaba con su generosidad y benevolencia sin que ellos supieran de quién se trataba. Estas son acciones exclusivas para Dios, totalmente despojadas de algún propósito terrenal o mundano.

De acuerdo con esto, el imam Sayyad (la paz sea con él) incentivaba a los creyentes que hicieran actos de caridad en secreto diciendo: “La misma apaga la ira del Señor”.

Las narraciones hacen referencia a este mismo tipo de actos por parte del imam Sadiq (la paz sea con él). Este sabio e inmaculado imam solía cargar sobre su hombro un pesado saco repleto de pan, carne y monedas de plata. Con absoluta discreción recorría las calles de la ciudad dejando sus dádivas, asegurándose que su rostro no fuera reconocido. Solo después de su abrazo con Dios, al fallecer, descubrieron que aquel enigmático hombre del saco era el imam Sadiq.

Una vez pidió a un compañero que entregara a alguien una bolsa de dinero; le dijo: “pero no le hagas saber que yo te la di. Cuando el encargo fue cumplido la persona preguntó: “¿De quién es esto?”. El compañero del imam le contestó que se trataba de alguien que no quería ser identificado. Entonces la persona respondió: “Ese hombre cada tanto me envía ese dinero y vivimos con ello hasta la siguiente vez, pero no me llega ni (una moneda) del imam Sadiq a pesar de toda su riqueza”.

 

Cuán equivocado estaba y cuánto arrepentimiento habrá sentido luego de la muerte del imam Sadiq, al saber que este fue el autor de ese acto consecuente de benevolencia.

El Imam Sayyad también acostumbraba a salir por las noches, muy tarde, totalmente a oscuras, con el rostro cubierto por completo, para hacer llegar a los pobres sus obsequios y dádivas. Nadie logró reconocerlo jamás. Los pobres le apodaban “el (hombre) del costal”. Acostumbrados a recibir tan valiosa ayuda se paraban frente a las puertas de sus casas a esperarle. Cuando le veían venir propagaban con alegría la buena noticia: “¡Llegó el del costal!”.

Solo después de su muerte la gente cayó en cuenta de que aquel hombre con el rostro cubierto, que acarreaba sobre su hombro aquel pesado saco, era el imam Sayyad. Algunos familiares al descubrir la identidad de su protector lloraron arrepentidos y de vergüenza por haber suplicado alguna vez en su contra, creyendo injustamente que los había olvidado y se negaba a compartir sus bienes con ellos.

Hemos llegado al final de este episodio. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!

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Asumir el anonimato durante la realización de una buena acción es una virtud alcanzada solo por espíritus muy elevados. Pero hacerlo de manera oculta aprovechando la penumbra de la noche demuestra, sin duda alguna, que se trata de alguien que carece por completo de arrogancia, soberbia o vanidad.

Hola, hoy queremos compartir contigo este nuevo episodio que hemos titulado: El hombre del costal.

Asumir el anonimato durante la realización de una buena acción es una virtud alcanzada solo por espíritus muy elevados. Pero hacerlo de manera oculta aprovechando la penumbra de la noche demuestra, sin duda alguna, que se trata de alguien que carece por completo de arrogancia, soberbia o vanidad.

El Imam Kadzim (la paz sea con él), por ejemplo, solía salir en medio de la oscuridad para llevar bolsas de dinero a los más pobres. Los colmaba con su generosidad y benevolencia sin que ellos supieran de quién se trataba. Estas son acciones exclusivas para Dios, totalmente despojadas de algún propósito terrenal o mundano.

De acuerdo con esto, el imam Sayyad (la paz sea con él) incentivaba a los creyentes que hicieran actos de caridad en secreto diciendo: “La misma apaga la ira del Señor”.

Las narraciones hacen referencia a este mismo tipo de actos por parte del imam Sadiq (la paz sea con él). Este sabio e inmaculado imam solía cargar sobre su hombro un pesado saco repleto de pan, carne y monedas de plata. Con absoluta discreción recorría las calles de la ciudad dejando sus dádivas, asegurándose que su rostro no fuera reconocido. Solo después de su abrazo con Dios, al fallecer, descubrieron que aquel enigmático hombre del saco era el imam Sadiq.

Una vez pidió a un compañero que entregara a alguien una bolsa de dinero; le dijo: “pero no le hagas saber que yo te la di. Cuando el encargo fue cumplido la persona preguntó: “¿De quién es esto?”. El compañero del imam le contestó que se trataba de alguien que no quería ser identificado. Entonces la persona respondió: “Ese hombre cada tanto me envía ese dinero y vivimos con ello hasta la siguiente vez, pero no me llega ni (una moneda) del imam Sadiq a pesar de toda su riqueza”.

 

Cuán equivocado estaba y cuánto arrepentimiento habrá sentido luego de la muerte del imam Sadiq, al saber que este fue el autor de ese acto consecuente de benevolencia.

El Imam Sayyad también acostumbraba a salir por las noches, muy tarde, totalmente a oscuras, con el rostro cubierto por completo, para hacer llegar a los pobres sus obsequios y dádivas. Nadie logró reconocerlo jamás. Los pobres le apodaban “el (hombre) del costal”. Acostumbrados a recibir tan valiosa ayuda se paraban frente a las puertas de sus casas a esperarle. Cuando le veían venir propagaban con alegría la buena noticia: “¡Llegó el del costal!”.

Solo después de su muerte la gente cayó en cuenta de que aquel hombre con el rostro cubierto, que acarreaba sobre su hombro aquel pesado saco, era el imam Sayyad. Algunos familiares al descubrir la identidad de su protector lloraron arrepentidos y de vergüenza por haber suplicado alguna vez en su contra, creyendo injustamente que los había olvidado y se negaba a compartir sus bienes con ellos.

Hemos llegado al final de este episodio. Nos despedimos de ti con profundo afecto y respeto, seguros de que cada día compartirás con nosotros estas enseñanzas que abrirán tu corazón y tu pensamiento. ¡Hasta mañana!