Hace muchos, muchos años, en una región del mundo vivía un hombre anciano con su esposa. El anciano trabajaba haciendo pan y después que terminaba su jornada se iba a las orillas del río, pescaba algunos peces y los llevaba a su casa para consumo propio. Este anciano era famoso por su generosidad y pureza, toda la gente de la ciudad le tenía un respeto especial en tal forma que incluso lo visitaban también desde otras ciudades. Les daba pan a aquellos que no tenían dinero para comprarlo y vivía felizmente con su esposa, hasta que un día el rey, por la reputación y fama del anciano, se enojó y dijo a su ministro: “Debemos hacer algo para que este anciano pierda la credibilidad ante la gente, puesto que la confianza que tiene la gente hacia él, no la tiene hacia mí que soy su rey”
El ministro trama un plan y junto con el rey, entran vestidos con ropas ordinarias a la panadería del anciano y le compran algunos panes. Al querer pagar con las manos buscaron en los bolsillos y dicen: “¡Olvidamos traer dinero!, somos comerciantes y hemos venido de otra ciudad”.
El anciano contesta: “No hay problema, llevad el pan, cuando vuelvan a pasar por esta ciudad traigan el dinero”. El ministro se niega y dice: “No, no puede ser así, tal vez no regresemos aquí”.
“No hay problema, entonces llévenlo, no hay necesidad de pagar” le dice el anciano.
El rey se saca el anillo del dedo, anillo que era símbolo de su reino, y lo entrega al anciano, luego aclara: “Este anillo queda como garantía, cuando te paguemos el dinero por el pan, nos lo regresas. Ten mucho cuidado de no perderlo, es muy costoso”. El anciano lo rechazó, pero el ministro y el rey se lo dieron insistiendo.
Cuando terminó la jornada de trabajo del anciano y regresó a su casa, su esposa se sorprendió al ver el anillo y preguntó que de dónde lo había sacado y él le relato lo ocurrido. La mujer le dice: “¡No debiste haber aceptado!, ¿qué vas a hacer si se te pierde? No tenemos dinero para reponerlo”. Esa noche el anciano coloca el anillo en su dedo y se duerme.
El ministro y el rey habían tramado un plan para el pobre anciano; ya entrada la noche enviaron a sus comisionados que penetraran en la casa del anciano y le robaran el anillo. Los comisionados realizaron exitosamente su trabajo, quitaron el anillo del dedo del anciano y lo entregaron al rey. Amaneció. El anciano despertó y no encontró el anillo. Buscó en toda la casa, pero no halló señal alguna de éste. La mujer preocupada exclama: “¡¿Qué vas a hacer ahora?!”
“No sé, por lo pronto voy a la panadería si vienen les cuento que me lo robaron”, dice el anciano.
En cuando el anciano abrió la panadería, llegó el ministro, pagó el pan y lo pidió lo que le había dejado en depósito. El anciano le platicó lo sucedido con el anillo. El ministro encolerizó y a jalones se llevó al pobre anciano hasta el palacio del rey. Cuando entraron en el palacio y vio que el hombre que le había comprado pan era el mismo rey, ¡ahí mismo quedó paralizado!
El rey le dice enfadado: “¡Te doy una semana de plazo para que encuentres el anillo, de lo contrario mando que te corten la cabeza! ¡Sólo una semana!” El anciano preocupado y triste salió del palacio y se fue directo a su casa. La mujer al verlo en ese estado le pregunta: “¡¿Qué ha sucedido?!”
“¡Nos hemos fastidiado, mujer! –exclama el anciano y continúa– El hombre que me dio el anillo fue el mismo rey y me dio una semana de plazo para encontrarlo, de lo contrario me ejecutará”. En fin, todos los días triste y preocupado iba a trabajar y regresaba, hasta que transcurrido el quinto día de plazo su mujer le dice: “Mira, recuerdo exactamente el modelo del anillo. Podemos pedir que hagan uno igual. Se lo llevas al rey y luego nos escabullimos. Cuando entiendan que es falso ya nos encontraremos a cientos de kilómetros de distancia”.
El anciano se opone: “¡No mujer! Si hago eso estoy aceptando que yo lo robé, ¡sólo confío en Dios y ¡es todo! ¿Por qué debo huir por un acto que no cometí? Dios es grande, Dios me ayudará, y ¡basta!”.
Al día siguiente se levantó como siempre y se fue a trabajar.
Llegó el sexto día, el rey y su ministro contentos de que al día siguiente decapitarían al anciano, se dirigen a las orillas del río para pescar. Un gran pez quedó atrapado del anzuelo del rey y a la hora que quiso sacarlo resbaló en el lodo y cayó dentro del río.
Cuando sus sirvientes lo sacan del agua el rey nota que le faltaba el anillo que llevaba en el dedo. Inmediatamente ordena a sus sirvientes que busquen el anillo, pero todo fue inútil como si hubiese desaparecido o la tierra se lo hubiese tragado. El rey regresa triste y enojado a su palacio.
El sexto día al atardecer el anciano entra en su casa con un pescado pequeño en la mano. Su mujer dice: “¿Hoy no cayó en tu red un pez grande?” Le contesta: “Bueno, esta porción es la que me ha sido destinada para la última noche de mi vida. Tráeme un cuchillo”. La mujer lo trae y entrega al esposo. Él comienza a limpiar el pescado. Cuando le estaba vaciando la panza notó un objeto extraño, y cuando lo saco y lavó vio que era ese mismo anillo del rey. Se puso tan contento, agradeció a Dios y dice a su mujer: “Ya vez mujer, te lo dije que confiaras en Dios, Él es Clemente y Misericordioso”.
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Quiero aprovechar esta oportunidad para hablar un poco sobre la confianza en Dios. Uno de los mejores ejemplos y modelos de confianza en Dios es el Profeta Abraham (la paz sea con él), quien confió sólo en Él, en esas circunstancias críticas cuando los idólatras decidieron quemarlo en el fuego y destruirlo. Muy pronto en FatimaTV, hablaremos en forma explícita de esa historia, pero hoy la relatamos en forma breve ya que estamos hablando de “la confianza en Dios.
El Generoso Corán relata este suceso de la siguiente manera:
﴿قالُوا حَرِّقُوهُ وَانصُرُوا اِلهَتَکُم اِن کُنتُم فاعِلینَ﴾
“Dijeron: «¡Quemadle y salid en defensa de vuestros dioses si es que sois gente de acción!»” (Capítulo [21] Los profetas, versículo 68)
En efecto, los idólatras habían decidido aventar al Profeta Abraham (la paz sea con él) al fuego. Prepararon una gran hoguera. Era tan grande que decidieron usar una catapulta para arrojarlo, ya que nadie podía acercarse a ese fuego.
El Imam Sadiq (la paz se con él) dijo:
»لَمّا اُجلِسَ اِبراهیمُ فِی المَنجَنیقِ وَ اَرادُوا اَن یَرمُوا بِهِ فِی النّارِ أتاهُ جَبرائیلُ عَلَیهِ السَّلامُ فَقالَ: السَّلامُ عَلَیکَ یا اِبراهیمُ وَ رَحمَهُ اللهِ وَ بَرَکاتُهُ اَلَکَ حاجَهٌ فَقالَ أمّا اِلَیکَ فَلا ... «
Cuando subieron a Abraham a la catapulta y querían aventarlo al fuego, Gabriel se presentó ante él y después de saludarlo le preguntó: “¿Necesitas que te preste ayuda?” Abraham en respuesta dijo: “¡Pero, Tú no!”, (es decir solamente confío en Dios y sólo a Él pido ayuda y estoy satisfecho con lo que Dios destina para mí)”.
Y finalmente, ya que él confió en Dios, el fuego se volvió frio y seguro para él:
﴿وَ قُلنا یا نارُ کُونی بَرداً و سَلاماً عَلی اِبراهیمَ﴾
“Y dijimos: «¡Oh, fuego! ¡Se frío e inofensivo para Abraham!»”.
(Capítulo [21] Los profetas, versículo 69)
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Para terminar, y ya que estamos en vísperas del aniversario del natalicio del Imam Yawad (la paz sea con él), hijo del Imam Reza (la paz sea con él) cerramos el cuento de esta semana con una narración de este honorable.
El Imam Yawad (la paz sea con él) dijo:
“Hay tres cosas que quien las realice nunca se arrepentirá:
1 - Evita las prisas
2 - Consultar
3- Confiar en Dios a la hora de tomar decisiones”.
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Les deseo lo mejor, hasta otro sábado y otro cuento, que Dios los bendiga.